Me dijo que algún día su pueblo y él serían exterminados. El avance del auto-proclamado Estado Islámico de Irak y del Levante, amenazaba la estabilidad de los Ismaelitas -Nusayries-, una confesión que integra paganismo greco-romano, judaísmo, cristianismo e Islam. La versatilidad de su credo hace prescindible la construcción de templos, al albergar en sus cuerpos todos los requisitos para poder llevar a término sus rituales religiosos en mezquitas, iglesias y sinagogas.
Nuestra amistad necesitaba tiempo para afianzarse, sin embargo, cada uno de nosotros debía posicionarse ante la amenaza de una feroz islamofobia abanderada por un Islam monocromo y globalizado, así como de una homofobia implacable que acabaría alterando el respeto a la diversidad afectiva de la cultura occidental. El sector musulmán radical sunnie había conseguido destruir de la manera más devastadora nuestros respectivos y maravillosos universos.
Perteneciente a una sociedad en su mayoría heterosexual y militante en la heterosexualidad, mi país y mi vida caían en picado al favorecer de privilegios a los musulmanes respecto a los derechos afectivos fundamentales de los españoles homosexuales. La extracción de la islamofobia de la xenofobia para convertirla en delito de odio invalidaba a la homofobia como delito de odio en una sociedad multicultural ante posibles conflictos entre musulmanes y homosexuales.
Una dicotomía emocional comenzaría a instaurarse entre nosotros desde las inmensas extensiones de olivos situadas a 100 km de Alepo. Durante una visita oficial en el campo de refugiados sirios, establecimos una serie de protocolos futuribles de colaboración. Esa misma noche, después de una larga jornada de trabajo, organizamos una cena en casa de uno de los anfitriones turcos. Aquel mismo día por la tarde, debido a la llegada de importantes personalidades y bajo un estricto protocolo estipulado en casa de los padres de mi amigo, el árabe de La Marina, su hermano y yo comenzamos a jugar al aquí te pillo...
Las fotografías de mi cuerpo desnudo, que hice para mi amante de La Marina de Occidente, revoloteaban a través de la mano que sujetaba mi smarthphone. La falta de tacto por parte mía y de su hermano, tendría gravísimas consecuencias en aquella cena respecto a la amistad con mi amigo el árabe de La Marina. Era evidente que el poder occidental que indirectamente presionaba a Oriente Medio, junto al retraso emocional que implicaba saber que mi ciudadanía legal se instauró en 2004 por la aprobación de una democracia emocional, influiría en el aquel desencuentro.
Finalizamos la cena con unos paparajotes que con mucho esmero había preparado uno de nuestros compañeros. Él y yo, sentados uno enfrente del otro, enfatizaría más todavía la situación de distanciamiento entre ambos. Sus palabras, cuyo timbre grave se convertían en sonidos aterciopelados en sus canciones, aquí estrujaban mi pecho. Ante mi negligencia en su residencia familiar, le pedí disculpas mientras acusaba al resto de mis compañeros heterosexuales europeos por no mediar palabra alguna en mi defensa ante sus razonadas acusaciones. Una defensa que solamente consistía en hacer evidente las susceptibilidades que podrían producirse entre dos personas que sufrían cada una a su manera la opresión social: islamofobia y homofobia.
Nunca olvidaré cuando me llevo a un valle fresco y verde en el que los souvenirs más populares que allí se vendían a los visitantes eran las imágenes impresas de Ali, el yerno de Mahoma. La belleza del lugar se debía fundamentalmente a la presencia del agua que fluía por doquier. Sus restaurantes, salones de té y kebaps, iban acompañados muchas veces de terrazas escalonadas en las que sillas y mesas inundadas sobre agua cristalina , permitían a los que se sentaban en ellas canalizar la frescura que aportaban los manantiales a sus cuerpos reposados a través de los pies desnudos y mojados. En aquellas tardes de verano, cuando el ocaso llegaba a su fin, comenzaban las celebraciones de las bodas. Todos juntos y sin importar si un hombre judío o una mujer musulmana era quien te estrechaba la mano, sucumbíamos en una danza colectiva y frenética, impulsada por una percusión atronadora y unas voces que mezclaban el delirio y la alegría.
Fin
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