Hubo un tiempo en que las mujeres más avanzadas y educadas tenían que hacer “marchas como activistas feministas” para afirmar sus inalienables derechos a ser ellas mismas. Sin importar para nada su actividad laboral, profesional, académica, de investigación o artística. Vestían trajes de chaqueta rectos y serios, el pelo liso a lo garçon, zapato sin tacón y no pocas llevaban camisas de hombre con corbatas. Además, su porte era como ellas imaginaban que se producían los hombres cuando la realidad ha mostrado que la femineidad para nada interfería en su capacidad como dirigentes sociales, políticas e intelectuales. Antes al contrario, aportaba un enriquecimiento de cualquier actividad bien hecha, con rigor y talento, con su indudable sello femenino.
Como también tuvieron que hacerla los homosexuales manifestándose en El día del orgullo gay como reacción a la infame y salvaje redada policial que tuvo lugar en la madrugada del 28 de junio de 1969, en el pub Stonewall Inn, en el barrio neoyorquino de Greenwich Village.
Pero que, a estas alturas, en los países más avanzados, educados y maduros algunos todavía confundan sexualidad con procreación, genitalidad, cariño, erotismo, amistad o ternura y que tengan que “darse explicaciones” es de aurora boreal por desorbitado.
A nadie le pidieron permiso para nacer y aún menos con tales o cuales genes, psiquismo, ambiente familiar y social, educación y en un medio inteligente y natural o en otro fanatizado y mecánico compulsivo. Arrastramos una losa de prejuicios que la ciencia, la experiencia y la propia educación tienen que superar.
Otra cosa es que nos pueda gustar el alarde exhibicionista de actitudes y conductas reduccionistas en su caso como en algunas celebraciones del Orgullo gay en el que todavía colean reductos de una postergación y acoso injustos y que, en lugar de integrar sensibilidades diversas, pueden hacer que otras personas se sientan fuera de lugar. Que se comprenden pero que no pueden imponer a una sociedad culta, moderna propia de personalidades integradas. Esa manía del outing es tan absurda como contraria a sus intereses y derechos.
Reconozcamos el derecho fundamental a que cada persona pueda ser ella misma en un ambiente general de libertad, respeto y naturalidad.
Para leer el interesante artículo de opinión firmado por José Carlos García Fajardo publicado en la página web lajornadanet.com, pinchad aquí.
Fotografía por secretosliberales.com
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