El líder homosexual que mayor gala hizo de su condición en la antigüedad fue el griego Epaminondas, que logró que su ciudad, Tebas, se convirtiera en la potencia dominante en la Hélade durante un breve espacio de tiempo al derrotar a los invencibles hoplitas espartanos gracias a un invento que denominó “el batallón sagrado”. Consistía en un grupo de élite del ejército compuesto en exclusiva por homosexuales que luchaban por parejas y juraban tener en la batalla el mismo destino que su amado. Semejante unidad de choque resultó letal para los espartanos y así Tebas, en torno al año 400 antes de Cristo, se convirtió en la ciudad-estado líder ante Esparta y Atenas, los dos rivales clásicos. Epaminondas exhibía la homosexualidad como virtud y a los griegos no les parecía mal, sino al contrario. De hecho, era habitual entre ellos que la educación de los jóvenes incluyera amores entre discípulos y maestros, algo que hoy horrorizaría pero que entonces se consideraba parte del aprendizaje.
Uno de los que pasó por tal educación fue precisamente Alejandro Magno, quien durante toda su vida mostró un interés muy reducido por las mujeres, y aunque se casó y tuvo al menos un hijo, lo hizo más bien por motivos políticos durante sus campañas en Persia.
En Roma hay al menos dos ejemplos de grandes líderes militares y políticos que no ocultaron su condición sexual, si bien tampoco hicieron alarde. Uno, quizá el hombre más famoso de todos los tiempos, Julio César, a quien sus soldados llamaban “el Divino calvo, amante de todas las mujeres, mujer de todos los hombres” por su pasado libertino. Fue amante del rey Nicomedes de Bitinia, en la actual Turquía, y antes había mantenido relaciones con esclavos y soldados.
Ya en el Imperio, que inicia el sucesor de César, Octavio Augusto, entre los primeros emperadores solo a Claudio le interesaban exclusivamente las mujeres. Todos los demás tuvieron chicos u hombres como amantes.
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