¿Por qué Eurovisión le interesa sobre todo a los gais?. Qué hay detrás de un eurofán. Eurovisión no es solo purpurina –aunque ésta es importante y a todos nos guste–. El festival europeo de la canción, organizado por la Unión Europea de Radiodifusión, es el evento musical más importante de cada año. Esto es, si atendemos a las cifras en las que se mueve: más de 195 millones de espectadores en todo el mundo en la edición de 2014. No es de extrañar entonces que, con semejante impacto de audiencia, el festival sea algo más que lentejuelas, pelos ahuecados y corresponsales españolas dando “oit ponts” y redefiniendo la gramática inglesa, según un artículo de opinión publicado en la página web revistagq.com
Al margen de implicaciones territoriales –que las tiene, porque todos los vecinos se votan siempre entre ellos, como diría Urdaci–, si hay algo que destaca por encima de todas las cosas sobre el festival es el hecho de que la gran mayoría de sus seguidores pertenecen al colectivo gay. Y aunque en esos 195 millones de espectadores los homosexuales no se alcen como mayoría, lo cierto es que los verdaderos seguidores del festival –esos que pueden reproducirte la cara que pusieron Azúcar Moreno cuando no entró la canción a tiempo– son, en su mayoría, varones homosexuales. Pero ¿qué genera este interés en un sector tan específico de la sociedad?
A EUROVISIÓN LE GUSTAN LOS GAYS TANTO O MÁS QUE A LOS GAYS EUROVISIÓN. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina, las luces de colores o el eurofán? En este caso, podemos decir que fueron casi de la mano. El público gay acogió Eurovisión por muchas razones independientes al fin último del certamen, pero sí es cierto que el festival en sí sentó las bases para que ocurriera. La creación de la UER, en 1950, tenía la intención de promover un entretenimiento común para Europa con el objetivo de prevenir posibles conflictos o tensiones.
Cinco años más tarde, nacía su festival de la canción y, con él, una manera de mostrar la singularidad de cada uno de sus países y poner en relieve sus divergencias pero siempre desde un marco común. Un escaparate para mostrar lo diferente, en el que todos los países competían –como ocurrió durante la Guerra Fría o en los recientes Juegos Olímpicos de Sochi– por demostrar a los demás aquello que ellos tenían –nosotros, por ejemplo, teníamos a Massiel y había que lucirla– y los demás no. Y cuando los derechos sociales se convirtieron en algo de lo que presumir, los homosexuales encontraron rápido su lugar.
No hay que olvidar, además, que los organismos europeos de derechos humanos han sido claves en la lucha por los derechos del colectivo LGTB en toda Europa, por lo que no es de extrañar que algo que venga con la bandera de la Unión sea siempre recibido con júbilo entre la comunidad.
EL MUNDIAL GAY. En Reino Unido, muchos comentaristas de Eurovisión se refieren al certamen como “El Mundial Gay”. Por su carácter competitivo y recurrente, Eurovisión está más cercano a la mayoría de los grandes acontecimientos deportivos que a un simple festival musical. Y a todos, heterosexuales o gays, nos gusta una gran competición, aunque solo sea por el hecho de quedar con unos amigos, pedir unas pizzas –que tardarán años– y beber juntos. No se trata de una arcaica cuestión de si a los heterosexuales les gusta más el deporte y a los gays la música –que quedaría completamente desacreditada si cualquiera se pasa por un gimnasio en Malasaña–, sino de quién posee la hegemonía de cada uno de los terrenos y en cuál de ellos se siente más cómodo.
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