Siempre ha habido un tufillo a impropiedad en los intentos de aplicar la investigación científica a la conducta sexual humana. Cuando Sigmund Freud sugirió por primera vez que la emoción sexual era la clave del trauma neurótico, se le tuvo por loco peligroso. Hasta Maria Stopes, que fue una revolucionaria al sacar las prácticas sexuales a la luz pública, decía a sus pacientes: Por favor no piensen en la mente inconsciente; toda la suciedad de este sicoanálisis causa un daño indecible. Las investigaciones sobre la práctica sexual llevadas a cabo por Henry Havelock Ellis y Richard von Krafft-Ebing fueron recibidas con profundo recelo, en tanto los experimentos de Wilhelm Reich con la caja de orgón (según se muestran en la película WR: misterios del organismo) fueron objeto de un ridículo semejante al de las películas instructivas sexuales suecas de la década de 1960, según un artículo publicado en la página web lajornadasanluis.com.mx
Cuando Alfred Kinsey difundió los hallazgos de sus copiosas indagaciones, en Conducta sexual del macho humano (1948) y su secuela en la hembra humana (1953), los estadunidenses se sacudieron hasta la raíz. Cuando la película Kinsey fue estrenada, en 2004, su tema fue comparado (por el grupo Mujeres Preocupadas por Estados Unidos) con el médico nazi Josef Mengele; un libro condenatorio sugirió que era un homosexual desvergonzado que manipulaba sus cifras de investigación (y a sus colaboradores), en tanto el grupo pro cristiano Generation Life sostuvo: Alfred Kinsey es responsable en parte de que mi generación se haya visto forzada a enfrentar las devastadoras consecuencias de la enfermedad transmitida sexualmente, la pornografía y el aborto. Cuando los sexólogos Masters y Johnson publicaron La respuesta sexual humana, basados en sus investigaciones de laboratorio sobre el intercambio sexual, la universidad que había alojado sus estudios declaró que no tenía idea de lo que ocurría y estaba profundamente perturbada.
La nueva exhibición de la Wellcome Collection sobre los pioneros del estudio de la sexualidad toca todos estos asuntos, pero nos recuerda que “aún nos planteamos, en términos generales, las mismas preguntas que se formularon hace un siglo. ¿Cuál es la conducta sexual normal? ¿Es tal o cual impulso indebido o pervertido? ¿Por qué la religión debe tener poder para dirigir (o restringir) lo que hacemos en la cama? ¿Por qué los gobiernos deben dictar lo que los adultos consienten hacer en privado?"
La introducción de la exhibición ubica la primera discusión pública del sexo en la Contrarreforma del siglo XVI: más que barrerlo bajo la alfombra como algo inmencionable, la Iglesia católica lo sacó a la luz e instruyó a los fieles no sólo a reconocer en la carne la raíz de todo mal, sino también, conforme al imperativo de la confesión, a declarar todo acto transgresor y expresar de palabra todo deseo.
La exhibición intenta transformar las zonas más escabrosas de la investigación sexual en imágenes y artefactos. Ofrece un trayecto por varias galerías. Una de ellas, denominada La Biblioteca, nos presenta los datos visuales recabados por destacados sexólogos en el curso de los años. Por ejemplo, está Magnus Hirschfeld, médico berlinés cuyo Institut für Sexualwissenschaft promovió el conocimiento científico como forma de contrarrestar el tratamiento injusto de las minorías sexuales, en especial los hombres gays y transexuales: el instituto fue asaltado por los nazis en 1933, y quemaron sus libros y fotografías.
Havelock-Ellis fue un médico brillante que gustaba de observar y registrar la conducta sexual. Su libro Sexual Inversion, publicado en 1897, dos años después del encarcelamiento de Oscar Wilde, fue el primero en sugerir que la homosexualidad podría ser innata y natural, más que volitiva y perversa. Su propia manía sexual era la urolagnia, es decir, se excitaba de ver a alguien orinando.
Para leer el interesante artículo completo sobre esta exposición, y conocer algo de la "historia" sobre homosexualidad, pinchad aquí.
Fotografía por edreams.com
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