Me encanta el cocido. El Pote Gallego, el Puchero Andaluz, el Cocido Maragato, la Carn d´Olla pero sobre todo el Cocido Madrileño. Ayer noche me llamó mi amigo Antonio. Sabe que me encanta su cocido. Él le echa pelotas y todo, morcilla de Burgos, chorizo de Cantimpalo, carne, mucha carne y algo de tocino. No mucho tocino porque sabe que no me va la grasa. Ni las judías verdes, aunque sí el repollo.
—Oye, Francisco. Mañana quiero preparar cocido y como sé que te gusta mucho como lo preparo, he pensado en que vengas. ¿Vendrás?
—Sí, tu cocido está muy rico. Me encanta como lo preparas, así que pon en remojo una buena ración de garbanzos. No te olvides de echarle pelotas. ¿A qué hora quieres que vaya?
—Antes de la merienda...jajaja
—Jajajaja, sabes que no me pierdo tu cocido por nada, ni por nadie, ni por un buen chulo. Antes iré al Corte Inglés de Preciados, quiero mirar una cámara de fotos que me quiero comprar. Si me decido por alguna la estrenaré contigo. Depílate el culito.
—Sabes que mi culito siempre está depilado y preparado para cualquier emergencia.
—jajajaja eso seguro. Mañana nos vemos, un beso.
Mañana era hoy. Y Como le dije a Antonio he ido al Corte Inglés. He mirado y remirado en la sección de fotografía y me he enamorado de una cámara réflex. Así que he echado mano de mi visa y la he comprado. De vez en cuando hay que darse algún caprichito. He pensado que iba a ser un día muy completito, pues tenía mi cámara. Esa cámara tan deseada. Y comería un buen cocido. Mi anterior cámara, bueno mejor dicho mi anterior equipo, mi maletín con flash, gran angular y teleobjetivo, había desaparecido. Alguien entró en mi vivienda mientras me encontraba ausente y se lo llevó, junto a otras pertenencias. Lo que más me dolió fue que dentro iba un carrete a medio completar con fotos íntimas un poco subidas de tono. Espero que si el que la ha robado las ha revelado se haya hecho buenas pajas con ellas. Hacía tiempo usaba para este tipo de fotos una Polaroid, esas estupendas cámaras que te sacaban la foto directamente en papel. Pero ahora están completamente obsoletas.
Bajaba muy alegre por las escaleras mecánicas y pensando y pensando cuando noté un pequeño cosquilleo en mi nuca. Me vuelvo y al hacerlo me fijo que al fondo de la escalera va el muchacho más bonito que veía en mucho tiempo. No tendría más de veinte años. Rubio, pelo medio rizado, mejor dicho un poco ondulado, labios carnosos, ojos de mirada profunda, de color miel y una piel de nácar que no había visto nunca. Unos bichitos corrieron por mi estómago y volví a mi posición inicial.
El ultimo peldaño de escalera llegaba a su fin y temí tropezar en mi propio nerviosismo. No podía creer lo que me estaba ocurriendo. Creía que el muchacho me había mirado y sonreído…
Aceleré el paso y salí por la puerta de bajada a Sol yendo a sentarme en un banco de piedra justo enfrente de la puerta de los grandes almacenes. Le vi salir al mismo tiempo que un matrimonio de mediana edad.
—«Mierda»— pensé—«va con sus padres»—y mi pulsó se aceleró al comprobar que venía directo hacia mí.
—Hola.
—Hola—dije muy tímidamente sin poder de apartar la mirada de sus carnosos labios.
—¿Tienes sitio?—me preguntó así de un disparo a bocajarro.
—Sí—le dije con la misma timidez anterior, no podía entender que a estas alturas y con mi carrera, un muchacho tan joven me produjera este sentimiento—pero antes quiero saber si te estás buscando la vida.
—Tranquilo, no soy chapero—dijo el joven— llevo observándote rato, te he visto en la sección de fotografía. He visto que te has comprado una Canon, yo también tengo una.
—¿Ah entonces quieres verla? espera te la muestro.
—No es eso, precisamente lo que quiero ver—me dijo echando una mirada a mi entrepierna, lo que me puso más nervioso aún.
—Es que he quedado con un amigo para comer en su casa. Va a hacer cocido madrileño...
—Lo que tú y yo nos vamos a comer seguro que está más rico.—me interrumpió.
—Joder me estás poniendo cachondo, seguro que...no quiero ofenderte.
—Ya te lo he dicho antes, no soy chapero.
—Sabes que te digo, que a la mierda el cocido madrileño. Vamos a mi casa. Está cerca pero tenemos que tomar el metro. ¿Te importa?
—No pero tengo tantas ganas de follar contigo que iría a dónde me dijeras. Quiero estar ya en privado contigo...
—Pues vamos, desde mi casa llamaré a mi amigo para decirle que no puedo ir a comer ese cocido, seguro que cuando le cuente el por que lo entenderá.
Entramos en la línea uno de metro. Eran siete estaciones y hubiera querido que fueran mil. El metro iba lleno y aprovechamos para acercar, apretar y rozar nuestros cuerpos. Estábamos enfrentados agarrados a la barra superior, en medio del tren y acercamos nuestras manos. Apenas se rozaban y un calor, un sofoco me mareaba de tal forma que me olvidaba de toda la gente que nos rodeaba. En una de las estaciones, al salir la gente nos empujó apretándonos mas aún el uno con el otro. Por un momento rozamos nuestros labios. Me dolía la polla de tan dura que la tenía. En la siguiente estación se giró y me ofreció su culo. Arrimándome a él fue tanta la excitación que creí que me vaciaría ahí mismo.
Casi corrimos hacia mi casa, era tal la urgencia por abrazarnos, por sentirnos por tocarnos, por besarnos, por desnudarnos. Al cerrar la puerta, tras de nosotros me empujó contra la misma y me besó y yo le besé, con furia, casi con violencia, sintiendo nuestras lenguas explorando nuestra cavidad bucal, con toda la urgencia contenida en el metro. Me mordisqueó el cuello mientras me arrancaba los botones de la camisa, que saltaron por el parquet como canicas.
Mi pecho quedó desnudo y mis pezones erectos fueron manipulados con manos hábiles, con dedos expertos, demasiados expertos para una persona tan joven. Con la misma habilidad aflojó mi cinturón de cuero y desabrochó la bragueta. Me bajó pantalones y calzoncillo al tiempo. Mi poya se disparó apuntado al techo de la pequeña entrada. En un movimiento de danza de genuflexión metió con avidez mi polla en su boca para regalarme la mejor de las mamadas, su lengua recorría toda la longitud de mi pene y chupaba, más bien succionaba con frenesí. Debió de notar mi inminente corrida porque apretó la base impidiendo que pasara. Inmediatamente sacó un preservativo de un bolsillo trasero y colocándoselo en la boca me lo puso y siguió chupando y lubricando con saliva. Se bajó el pantalón y se dio la vuelta apoyándose sobre el marco de la puerta, con el culo en pompa. Un culo hermoso, redondo, blanquito y duro que estaba pidiendo a gritos ser penetrado. Así lo hice, de una estocada. Se acopló muy bien y abrió las piernas para que la penetración fuera más profunda. Quise tocarle la poya pero me apartó las manos llevándolas a sus tetillas, por debajo de la camiseta estampada con la lengua símbolo de Los Rolling Stones. Sabía que de un momento a otro acabaría y se apretó con fuerza contra mí. No pude aguantar más y solté todo el chorro de leche acumulada durante la última hora. El me sintió y se derramó contra la puerta de entrada al tiempo que un agudo grito se escapó de su garganta.
—No la saques aún. Quiero sentirte un poco más dentro de mí. Tienes una poya muy rica. Me llena.
—Vale pero no puedo mucho tiempo se me está aflojando.
Así nos quedamos un rato, él apoyado contra la puerta con las piernas abiertas y mi polla dentro. Yo abrazado a su espalda.
Cuando nos sentamos en el sofá del salón ya nos habíamos quitado toda la ropa.
—Acabamos de follar como locos y no sé ni tu nombre—le dije
—Llámame como quieras. ¿Cuál es tu nombre preferido?
—Eliseo—respondí
—Pues para ti soy Eliseo.
—Aquí, a la luz del sol que entra por el balcón veo que tienes un cuerpo muy bonito. Podrías trabajar modelando.
—No es mi intención. Estoy preparando unas oposiciones. No tengo tiempo para eso. Estudio un montón de horas al día. Quiero ser notario.
—Coño, ¿qué edad tienes? Eres muy joven para oposiciones.
—Jajajaja eso me dice todo el mundo, pero es por culpa de mi piel tan blanquita y que soy un poco imberbe. Tengo 26 años.
—Pues nadie lo diría. Por cierto, ahora que te veo...aún no he estrenado mi cámara de fotos. ¿Lo puedo hacer contigo?
—No sé, me da corte. Una cosa es follar, algo para el recuerdo y el placer y otra muy distinta dejar testimonio gráfico de ello.
—No te preocupes, lo entiendo.
—Me has picado la curiosidad. Y, fíjate me inspiras confianza, nunca he posado desnudo. Te dejo pero si no sacas mi cara.
—¿De verdad? Voy por ella, la hemos dejado en la entrada.
He de decir que la sesión fue espectacular. Le pude fotografiar en todas las posturas y en todas las habitaciones de la casa. Y mientras lo hacía notaba como mi pene crecía al tiempo así que me tuve que poner un calzoncillo para domar a ese potro desbocado que salía de mi entrepierna.
—Vamos a la cocina—dije—nunca he hecho fotos de este tipo en la cocina. Te colocaré un delantal y te fotografiaré entre sartenes.
—Vale—me dijo Eliseo.
Saqué un delantal de un cajón y se lo fui a poner, pero al hacerlo me volvió a besar. Creí desfallecer de nuevo al notar sus calientes labios y su lengua. Le levanté y lo senté sobre la encimera. Esta vez no puso objeción a que le tocara la poya. Levanté el delantal por encima de mi cabeza y me lo metí en la boca. Gimió de placer al notar mi lengua acariciando su rosado capullo.—Te voy a follar de nuevo—le dije abriéndole las piernas mientras me ponía de puntillas para acercar mi glande a su entrada.
—¡¡¡Hazlo!!!
Esta vez se la fui metiendo despacio, mientras me pedía que la hundiera. Se arrancó el delantal y me ofreció su pecho, sus tetillas, sus pezones. Lo Volví a besar metiéndole la lengua hasta la campanilla. Esta vez fui yo quien había tomado la iniciativa y le iba a dar una follada que iba a ser difícil de olvidar. Justo cuando estaba a punto de correrme sonó insistentemente el teléfono del salón...
Fotografía principal por bing.com
Resto de fotografías del artículo "El rosa en los hombres".
Para conocer más el trabajo de Juan Dresán, pinchad aquí.
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