Todos conocemos esas personas que siempre han sido calificadas en los pueblos de solteronas. Entre esas personas cabían las novias/os que se quedaron sin la pareja por culpa de la guerra y que no se repusieron, las que se quedaron para cuidar a los padres (en su mayoría mujeres), los que se dedicaban a una vida itinerante la mayor parte del año (pastores de ovejas), los que preferían compañía ocasional (prostitución) y a los que por circunstancias paternas se les impedía casarse (familias enfrentadas o de diferentes posiciones sociales), y por supuesto, esas personas que se pasaban la vida cerca de la iglesia dedicándose a las labores de la mayordomía del patrón o patrona del municipio. Dentro de estas últimas, están las denominadas beatas, que ante todo se escandalizan, y las que optaron por esta tapadera para poder vivir al menos de manera platónica un amor homoerótico. El mundo de la soltería de nuevo es tan diverso como las personas que lo componen.
A partir de la década de los 80 del siglo pasado, la soltería se ve aumentada por el fenómeno de las personas separadas y/o divorciadas, quienes ya suponen un elemento extravagante en la sociedad rural. El paso de los años permitió que ese fenómeno se normalizase, se hiciese más habitual en los pueblos pero eso sí, el fenómeno de la homosexualidad seguía siendo algo extraño, para señoritos de ciudad o en todo caso, para alguna mariquita y locuela que andaba detrás de las faldas de la madre, eso sí, “muy majo y muy buena gente”. Si tenemos que hacer referencia a la homosexualidad de las mujeres, ésta pasaba más desapercibida gracias a la gran institución de “la mejor amiga”. La de bailes agarrados que han practicado las chicas, con la licencia y el beneplácito de las familias y autoridades, es incontable, aunque luego, todo ello desembocase en la boda con algún chico para no dar más que hablar. Eso sí, si alguna chica se ponía pantalones para las faenas del campo, nadie se escandalizaba. El escándalo venía en cuanto la chica los llevase para pasear o se le ocurriese empezar a copiar las formas de los muchachos, aunque siempre las ha habido valientes que aun siendo heterosexuales cargaron con el insulto de desviadas y demás.
Ahora que en estos últimos años, parece que la visibilidad LGTB es mayor, aún me encuentro con algunas de estas solteras de oro, y me asalta la duda: ¿Serán LGTB pero debido a sus años no se atreven ya a decir nada? ¿Es tan grande su temor, el qué dirán de las familias y amistades que dejan que la gente siga fantaseando sobre su vida? ¿Pensarán que por ser mayores ya no tiene derecho a ser felices y a vivir su vida con dignidad y sin ocultamientos? Todas estas cuestiones no tienen fácil respuesta, más que nada porque a los protagonistas no les interesa que los demás fisgoneen en sus vidas, que ya se sabe que en los pueblos se puede ser la comidilla durante una década.
En la actualidad, la soltería entre los jóvenes en el mundo rural ya se considera una opción tan válida de vida como la de vivir en pareja, y dentro de esta opción las personas LGTB se pueden encontrar más tranquilas y sin necesidad de que se les señale con el dedo o se susurre en contra de ellas en cuanto pasan por la calle. Y es que todo hay que decirlo, a pesar de las leyes que nos amparan, todavía quedan regustos homófobos en el entorno rural.
Foto principal: Mike Slichenmyer
© 2014 - 2024 Development by Clara Díaz Fonticoba. All Rights Reserved.