-No existe el “contagio social” entre adolescentes transgénero, confirma un estudio de la revista Pediatrics que refuta esta teoría que ha servido en los últimos tiempos para impulsar leyes antiderecho en EEUU.
-La Universidad de Princeton realiza el primer estudio longitudinal que se publica sobre una muestra de 6000 menores trans y concluye solo un 2,5% “se arrepiente” y abandona su proceso de transición.
-Un estudio de décadas confirma fundamentos y condicionantes biológicos (genéticos, hormonales y neurológicos) de la identidad de género.
“es altamente improbable que la formación de la identidad de género, del yo generificado, sea una función sin un fuerte asentamiento biológico, porque se sitúa como piedra angular de la supervivencia de nuestra especie que, al igual que el resto de los mamíferos, se reproduce sexualmente y precisa de la interacción de dos sexos. Este hecho nos conduce indefectiblemente a la diferenciación sexual del organismo, incluido el cerebro."
Curiosamente, las noticias más importantes en los últimos tiempos para las personas trans no son noticias de activismo, sino de ciencia. Y tengo que decir “curiosamente” porque estos hallazgos, estos grandes avances que me atrevo a calificar de cruciales para la comprensión de lo que son las identidades trans no han tenido prácticamente ningún eco social, no han levantado ninguna curiosidad ni debate, no han hallado apenas difusión excepto en los ambientes pertenecientes a las especialidades científicas que tratan.
Como persona trans que siempre estará agradecida por una curiosidad innata que me ha acompañado toda mi vida, como mujer trans que lucho día a día por conocer un poco más mis orígenes y el porqué soy así, como estudiosa insaciable que se ha tragado y saboreado con placer todos los tochos imaginables de medicina, genética, neurología, biología, sexología, antropología, historia, sociología y mil disciplinas más (incluso algún que otro libro de “activismo”, que sobre eso también hay que saber y hay que estar al día) se me hace del todo frustrante esta falta de curiosidad científica por parte de la sociedad, ese silencio de los estamentos políticos y judiciales y de los medios de divulgación general.
Para mí sería normal encontrar oposición e ignorancia (la peor ignorancia, la del que no quiere saber) en esos sectores de la sociedad que militan su odio y ostentan su transfobia política e ideológica, pero en principio me ha sorprendido encontrar también una inusitada hostilidad hacia algunas de estas conclusiones por parte de ciertas (pocas) personas trans a quienes les he comentado hechos concretos cuyas meras enunciaciones parecen aterrarles (releer la tercera noticia) al atentar contra su esquema establecido de las cosas, ese edificio en el que durante años algunas de ellas han fundado su activismo, personas cuya honestidad y encomiable ilusión por crear una sociedad mejor están fuera de toda duda.
No existe el contagio social trans; sólo un 2,5% se arrepiente de su transición; la identidad de género nace de condicionantes biológicos, no únicamente de los sociales y educativos.
Hablamos de hechos, de realidades comprobadas empíricamente a partir de estudios científicos. Hablamos de cifras, de gélidos datos y de las conclusiones que se desprenden de estas realidades.
Mientras no aparezcan otros estudios que puedan rebatir de forma empírica y fiable cada una de estas afirmaciones, estamos hablando de verdades incuestionables. Verdades sobre la condición trans, y también sobre la identidad humana en general.
Entonces, ¿Cuales son las causas de este “miedo” generalizado que parte de sectores contrapuestos?
En principio podríamos hablar de razones inherentes a la condición humana: el miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a las dudas sobre tu propia naturaleza e identidad, el miedo a encontrar dentro de ti a alguien que no te guste, el miedo a confrontar esa faceta tuya que te perturba y que no puedes soportar… en resumidas cuentas, el miedo a tu propia desnudez.
Sólo existen dos sexos: macho y hembra.
Sólo existen dos géneros: masculino y femenino.
Seguridad. Buscas vivir en un mundo sencillo, un mundo que necesitas entender, un mundo pequeño a la altura de tu mente pequeña y de esa personalidad monolítica (máscara) que te has esforzado en construir con mucho esfuerzo a lo largo de los años. Y rechazarás cualquier teoría, cualquier axioma o conclusión, cualquier hecho, cualquier verdad que cuestione ese marco de seguridad en el que te has acostumbrado a desenvolverte durante toda tu vida. Y al final, esa actitud te acaba encerrando entre las estrechas rejas de esa jaula que es el dogmatismo.
Las personas trans, las disidencias de género, somos la anomalía, la enfermedad, la perversión, la moda, el capricho y la desestabilización. Naturalmente, lo aceptas. Aceptas todo el pack, no te lo cuestionas al igual que otros muchos dogmas que te han sido inculcados a lo largo de tu vida, todo ello para sentirte mejor y poder esta noche conciliar el sueño dentro de esa burbuja de seguridad que es tu mundo perfecto.
Sin embargo, aquí estamos.
Existimos y, aunque para ello no necesitamos justificación ante nada ni ante nadie, la genética, la neurología y la verdad ahora respaldan y explican nuestra existencia.
No somos una anomalía, ningún ser humano lo es.
No somos una enfermedad, somos una variante más de la enorme diversidad humana.
No somos una “perversión” (aquí huelgan las explicaciones).
No somos una moda, las identidades trans existen desde que el ser humano adquirió la inteligencia y su muy avanzada autopercepción.
No somos un “capricho”. Nuestra diferenciación sexual empieza a desarrollarse en todo ser humano a partir de la época prenatal.
Pero sí somos DESESTABILIZACIÓN. Por lo menos para ciertas ideologías y sus seguidores que buscan perpetuar un sistema social que siempre les ha beneficiado. Lo somos para todas las fuerzas de la reacción, lo somos para ciertos “feminismos” desviados a quienes también les beneficia esta perpetuación y lo somos para todas aquellas formaciones políticas que respaldan estas ideologías para perseguir réditos “políticos” y cuotas de poder, y también, naturalmente, beneficios crematísticos.
El pensamiento científico, la duda racional, no es importante (no conviene) en estos foros. Si la evidencia es contraria a sus creencias y objetivos se la combate mediante retorcida retórica ideológica, se camufla esta hostilidad bajo el “interés de la mayoría” o se la ignora directamente.
Desgraciadamente, en este periodo histórico de ignorancia y deseducación que atravesamos es muy fácil convencer (condicionar) a la mayoría para ignorar u oponerse a la verdad mediante estas tretas y su bombardeo mediático a través de medios afines o directamente de su propiedad. La masa es visceral, la masa es sugestionable, la masa es fofa. La estrategia de alienación promovida en nuestro país y otros países occidentales durante décadas ha tenido éxito, dando como resultado una ciudadanía amorfa y de instintos primarios que busca satisfacción en los placeres rápidos, con una total falta de interés hacia todo aquello que signifique cultura y pensamiento.
La tierra es plana.
El hombre nunca pisó la luna.
La pandemia no existe.
No hay cambio climático.
El género es un constructo social y debe ser abolido.
Cada vez que escucho a una feminista (o a uno de sus palmeros, que también los hay) vociferar por la abolicion del género, me siento retroceder a a la Edad de Piedra. El género no se puede abolir. Cuando el doctor John Money enunciaba su celebérrima y manoseada teoría queer a la vez que se entretenía empujando a los gemelos Reymer a la locura y a una muerte terrible, la genética y la neurología todavía se hallaban en mantillas. Pero, como llevo comentando desde el principio del artículo, los conocimientos científicos han avanzado “un poco” desde los años 60 del siglo pasado.
Cuando te mantienes al día en ciencia sabes que soltar esa sandez es lo mismo que conminarte a que te cortes un brazo, a “abolir” tu sentido de la vista o a dejar de respirar. Pero te hartarás de ver a políticos, “feministas”, “activistas” LGTBI, psicólogos, filósofos, opinadores profesionales y otros pájaros, desgañitándose en defender ese total despropósito como si les fuera la vida en ello. Ejercitando su gregarismo, escupiendo su progresía, alentando su transfobia… porque ahora resulta que las personas trans somos también culpables de propagar los estereotipos de género, y ya se sabe que, entre las femiterf y sus palmeros, el género es caca. Profundo e inteligente argumento... Supongo que una señora que farda de pechos operados o un señor con su barba y su corbata no propagan absolutamente nada… sería de risa, pero el problema es que una parte importante de esta masa desactivada les compra todo este despropósito.
Como guinda a este tema os diré que, en un libelo proterf que leí hace poquito, el autor lanzaba al aire en un intento de convencer a sus acólitos un argumento tan racional y científico como el de que ser trans o apoyar a las personas trans no es progresista. Resulta ahora que mi propia existencia no es progresista y que cuando salgo a la calle y me visibilizo, lo que hago en realidad es hacer propaganda de mi ideología liberal… Chico, pues se siente.
Llegados a este punto, no puedo dejar de mencionar una anécdota personal.
Hace un par de temporadas, la asociación a cuya directiva pertenezco fuimos la entidad encargada de organizar la semana del Orgullo LGTBI en una población. Para evitar susceptibilidades omitiré el nombre de esta población. Invitada a dar una charla sobre temática trans se me ocurrió mencionar los últimos estudios sobre identidad de género que habían llegado a mi conocimiento, trabajos que cuestionaban ese dogma sacrosanto del “constructo social” y que sugerían a por entonces ciertas evidencias de condicionantes biológicos. Mientras hablaba y respondía con total naturalidad a las preguntas del público, pude ver sorprendida y con estos ojos cómo el rostro del concejal sentado a mi lado, iba pasando del granate al morado, y de ahí a todos los colores del arco iris… Cuando terminó el evento fue cuando todo aquello se convirtió en un circo. El hombre se acercó furioso a nosotros, demudado y farfullando incoherencias entre las que sólo pudimos entender que “no era momento ni lugar para hablar de eso”, que se había pensado muy seriamente “cancelar el orgullo y todos sus eventos” y que “debíamos tener cuidado con la cosas que decimos”. Censura, naturalmente. Una idea que hemos confirmado después cuando, en alguna que otra colaboración posterior, se nos ha intentado marcar estrechamente en todo lo que pudiéramos decir o hacer sobre el tema trans o la prohibición de utilizar la palabra “no binario”. Censura, y también transfobia.
¿Y con el activismo, qué pasa? Los activismos “oficiales” se han quedado anquilosados sobre los principios inamovibles de su vergonzante comodidad: hasthags, memes, slogans, Stonewall, la serie de la Veneno y el artículo con las 50 mejores frases de la Beauvoir... Cuando hay nuevos descubrimientos no se habla sobre ello, no se discute, no se dialoga ni se polemiza, y esa ignorancia de la verdad asentada cómodamente en esta maquinaria ideológica y monolítica, pero esquelética en su núcleo más interno, siempre nos hace más vulnerables a la hora de defender nuestros derechos y existencia. Si basamos nuestro activismo en falacias nos convertimos en un gigante de pies de barro, muy fácil de derribar por enemigos ideológicos (de fuera y también de dentro) que estén bien informados y cuya cultura sobre el tema le pegue mil vueltas a la nuestra.
La ignorancia le conviene a los políticos, no a los activistas.
Si se descubre una verdad científica que desmienta esa antigua verdad sobre la que se asienta todo el edificio de argumentos que hemos construido para defender nuestros derechos, el edificio deberá ser demolido sin ningún remordimiento o piedad, y deberemos empezar a construir otro nuevo a partir de ahí.
Pero realizar estos cambios, tomarse en serio un trabajo tan duro, beneficia a los activistas, a los de verdad, y a las personas que defienden. No a los políticos, ni a los políticos que se disfrazan bajo la máscara de activistas.
No soy optimista. Tengo claro que en este mundo de interdependencias la verdad no derriba edificios y tengo claro que quienes son beneficiarios de este estado de cosas nunca van a mover un dedo para hacerlo. Tengo también claro que invocar la ciencia y el pensamiento crítico es a estas alturas gritar en un desierto lleno de aparatos con el reguetón a todo volumen. Invocar la realidad, la altura de miras y una visión de futuro es una quimera frustrante, y también un desgaste de energías.
Pero también soy consciente de que no pierdo nada señalando esta posibilidad, la de hacer las cosas tal y como se deben hacer.
Para saber más:
-https://www.infobae.com/lgbt/2022/08/13/no-existe-el-contagio-social-entre-adolescentes-transgenero-confirmo-un-estudio/?fbclid=IwAR0tKmIJSU8FCnkQu5LPERMHXwmFm15MgfPPfCfYOqBw9nK_15C2hn8OY4w
-https://www.newtral.es/infancia-trans-menores-estudio-identidad-de-genero/20220530/
-Identidad de género: Una aproximación psicobiológica (Antonio Guillamón. 2022) Editorial Sanz y Torres
Caso gemelos Reymer:
-Deshacer el género (Judith Butler, 2006) Editorias Paidos