Este verano del año 2021 no ha dejado de ser un año atípico porque desde la irrupción del COVID-19 nuestras vidas no han conseguido una “normalidad añorada”.
Y entre estas situaciones que no han recobrado aún su habitualidad están las bodas, ya sea en la parte más ritual y legislativa, como en la festiva. Y en esta dinámica se ha producido el enlace del Primer Ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, por sorpresa y con muy pocos asistentes, con la católica Carrie Symonds en la Iglesia-Catedral Católica de Westminster en Londres.
Lo sorprendente de este enlace no es que ambos sean padres de un niño nacido antes de este enlace y bautizado por el mismo sacerdote que los ha unido. Lo llamativo es que para Boris Johnson se trata de su tercer matrimonio y que ha sido completamente aceptado por la iglesia católica, ya que para esta institución los matrimonios anteriores celebrados por el rito anglicano no cuentan.
¿Es una demostración de que por mucho que se hable de ecumenismo y de matrimonios interreligiosos la iglesia católica sigue considerándose mejor que las demás iglesias cristianas y actúa como si lo vivido y santificado en las demás comunidades de fe no tuvieran importancia? ¿Es así como dicen que quieren proteger la institución del matrimonio?
Pero si escribo este artículo es por la hipocresía que se intuye por debajo: puedes haber estado en otros enlaces civiles, de otras comunidades de fe, pero lo importante es que es un matrimonio HETEROSEXUAL.
Y continuando con el mundo anglosajón, a principios de este mes de septiembre ha saltado la noticia de que el obispo anglicano Jonathan Goodall, casado y con dos hijos, se convierte al catolicismo. Es cierto que ha sido uno de los obispos que no estuvo de acuerdo con la presencia de mujeres presbíteras y por supuesto, era bastante cercano a las tesis más conservadoras y admirador de las posturas del Vaticano.
Lo que ahora me pregunto es cómo piensan justificar el matrimonio de este obispo y el trabajo pastoral que va a desarrollar en una diócesis católica en Inglaterra cuando los sacerdotes católicos que encuentran el amor y desean formalizar su unión sin dejar de trabajar por el bien de la comunidad a la que sirven son presionados una y otra vez para que escojan entre el amor o la iglesia, entre una familia natural y otra familia artificiosa.
Estoy segura que no le pedirán que se desentienda de su mujer e hijos, aunque quizás se lo piden que lo haga con discreción, o quizás lo asimilarán a los sacerdotes católicos de rito oriental. Total, si lo importante es sumar fieles y marcar un tanto al resto de las Iglesias cristianas, ya encontrarán cualquier argumento.
Las parejas LGTB llevan tiempo escuchando a la jerarquía católica que sus uniones se merecen, en el mejor de los casos, una bendición individual a cada una de las personas que la conforman, pero que jamás de los jamases podrán ser una familia; que los hijos e hijas que puedan ser criados en esa unión, podrán recibir el bautismo pero lo de inscribir a ambos progenitores en los registros, nada de nada o como mucho poniendo a una de las personas como progenitor y a la otra dentro de las madrinas y padrinos; pero lo peor, es cuando al fallecimiento de uno de los cónyuges, no se nombra a la viuda o viudo, sino que se emplea la fórmula abstracta “ de sus familiares”, con lo que de nuevo se agranda el dolor.
Desde el grupo de Fe y Espiritualidad de FELGTB le volvemos a recordar a la Jerarquía Católica que deje que las personas LGTB puedan vivir su amor y su fe en unión, sin fisuras, sin tener que esconderse y siendo parte de la Comunidad de Cristo sin exclusiones.
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