Mirando atrás, ahora no te explicas cómo has podido aguantar durante tanto tiempo. Los condicionamientos sociales, afectivos o emocionales que te han llevado a darte la espalda a tí misma durante casi cuatro décadas no son más que una excusa para tu propia cobardía, ésa que te llevó un día a fabricar y casi creerte una vida que nunca fue la tuya. En realidad, un personaje mal interpretado y condenado irremediablemente al fracaso. Una carga que iba aumentando a lo largo de los años y se hacía cada vez más insoportable, cuando te enfrentabas al espejo todas las mañanas y desde él te miraban los ojos de un extraño cuya mirada siempre te imploraba ayuda.
Ahora hace ya tiempo que comenzaste tu nueva vida (tu verdadera vida), pero a veces aún recuerdas a aquella persona débil y frágil que nunca más volverás a ser, pero a la que sigues llevando dentro y siempre formará un poco parte de tí. Y agradeces a ese padre amoroso que una vez fuíste tú que un día superase todos sus miedos y derribase el muro que te aprisionaba, dejándote salir a la luz como la mujer que eres y que siempre has sido de verdad. Y a partir de ahí empiezas a vivir y a agradecer al Universo cada día de tu vida, una vida que ahora merece ser vivida.
Ahora eres activista. No lo elegiste, ya que ser una persona trans es vivir ese activismo cada día de tu vida, cuando sales a la calle y muchas veces te sientes blanco de todas las miradas. Eres activista y te encanta, se trata simplemente de ser tú, ser consecuente contigo misma y hacerlo lo mejor posible. Viviendo y disfrutando cada día, mirando siempre adelante.
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