HOMBRE 1: Jorgito
Después de cuatro intentos y dos polvos, lo cual acabó por desesperar a Jorge, se decidió a abrirse una aplicación de contactos. Para empezar se descargó cuatro de ellas, las más conocidas según un estudio que llevó a cabo preguntando a gente y curioseando por internet.
En ninguna de las cuatro añadió una foto de su cara, pero sí de su cuerpo, incluso en una de ellas consiguió subir una fotografía de su rabo, fotografía que sabía perfectamente que iba a gustar mucho. Veintidos centímetros de 'asunto' en el ambiente homosexual es sinónimo de éxito asegurado.
El primer chico que le entró tenía 20 años, se llamaba Jorge, igual que él. Era de un pueblo a 30 kilómetros de su casa, y después de varios mensajes por la aplicación, decidieron darse el número de teléfono.
Algo que Jorge tenía claro, es lo que buscaba: sexo exporádico y para 'ya'. Ni quería novio, ni pareja, ni marido ni nada parecido después de veinte años conviviendo con su ex. Lo que él decía, un novio dura una temporda, pero un ex es para toda la vida, y todavía su ex estaba muy presente en su vida, por suerte y por desgracia, como afirmaba Jorge.
El veinteañero, Jorgito, insistió durante dos días para quedar. A jorge, pasados los cuarenta años, los veinteañeros no le producían exactamente mucho deseo sexual. Le cansaban sus conversaciones, su filosfía de vida, y su sexualidad descuidada. Pero con Jorgito, nació algo de deseo. El chiquito era alto, delgado, fibrado, y simplemente quería que alguien mayor que él le demostrara lo bien que un 'maduro' folla, para explicarle a sus colegas que él tenía razón.
Esta conversación le quitaba morbo al asunto. Jorge no entendía que la vida sexual de alguien hubiera que demostrársela a nadie para ganar una especie de concurso sexual, pero, después de dos meses divorciado, y dos polvos excasitos, las ganas eran demasiado grandes como para desmerecer a un veinteañero buenorro.
Cuando Jorge recibió la llamada de Jorgito anunciandole su visita a la ciudad, sintió una especie de escalofrío. Invitar a su casa, la casa de él y de su ex, por primera vez a un hombre para follar no le causaba demasiado deseo, pero tenía claro que alguna vez debía ser la primera, y accedió.
El miércoles, a las cuatro de la tarde, un café, que era la excusa perfecta para follar después.
Los nervios estaban a flor de piel. El primer polvo en la cama ex-matrimonial debía de ser un acto para recordar. Sabía que no podría dar de sí todo lo que él sabía, pero se aferró a su futuro, y se recordó que 'esto' debería de ocurrir, y cuanto antes, mejor.
A las cuatro y dos minutos, el telefonillo sonó. Era Jorgito, un veinteañero que buscaba un polvazo con un maduro pollón. Así de textual y claro fué el mensaje que le había dado.
Al abrir la puerta de casa, se encontró con un joven excesivamente guapo. Los bíceps se le marcaban en una camisa impolutamente blanca. Los pezones rozaban la camisa demandando morderlos. Pelo negro, ojos azules profundos, y una sonrisa simplemente espectacular.
Pero la cara de Jorge fué de pasmo. Su primer polvo no venía solo. Una mujer relativamente joven, guapísima, y con la misma sonrisa que Jorgito estaba un metro por detrás de él.
Jorgito, con sus ojazos azules y su sonrisa 'para morrear', se acercó, le besó en los labios, y le presentó a “Ester, mi madre”.
No puede explicar como a los diez minutos estaban los tres tomando café en el comedor de su casa.
“En mi casa, con un chulo y su madre estoy”, pensaba Jorge entre anonadado, estupefacto y divertido.
No hubo polvo, sí hubo bloqueo del teléfono, y una despedida singular entre la madre, el hijo y Jorge.
Ester, la madre, no entendía los motivos por los cuales su “nene” (textual) no podía quedarse a follar con Jorge. Jorge no entendía como una madre no entendía la situación. Jorgito, el veinteañero de sonrisa morreable insistía en el polvo.
'Ya hablaremos', se despidió Jorge.
'Eso espero”, contestó el veinteañero morenazo.
'Encantada', añadió la madre.
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