El infierno de ser gay durante el franquismo: muerte, soledad y campos de concentración.
'El violeta', de Juan Sepúlveda, Antonio Mercero y Marina Cochet, plasma esta cruel época a través de la vida de un joven de 18 años.
Bruno se queja de que hay insectos en su comida, en el comedor de la cárcel de Valencia. “En Tefía se comen hasta las cagarrutas, date con un canto en los dientes”, le responde un preso. Lo llaman “Colonia penitenciaria agrícola” pero Tefía, le explica, es un campo de concentración para homosexuales en Fuerteventura. Se trabaja picando piedra de sol a sol, entre golpes y bajo un sol sin tregua. Es 1955 y los homosexuales son detenidos por la policía, que se ampara en la ley de peligrosidad social. ‘El violeta’ (Drakul), la novela gráfica de Juan Sepúlveda, Antonio Mercero y Marina Cochet, plasma esta cruel época a través de la vida de un joven de 18 años.
Una noche de 1955, Bruno cae en una trampa tendida por la policía en los cines Ruzafa de Valencia. Los agentes le golpean y se lo lleva al grito de “violeta”: su delito es ser homosexual. La de ‘El violeta’ es una historia cruda sobre la persecución de los homosexuales durante el franquismo, sobre fingir lo que no se es, sobre dolor y sufrimiento, sobre el amor y la mentira. Una crónica histórica que se alarga durante años, desde que Bruno es un adolescente miedoso hasta que el peso social cae sobre sus hombros y configura su forma de ser.
Para engendrar su primera novela gráfica, el valenciano Juan Sepúlveda se ha empapado de ensayos, expedientes médicos o policiales y “muchos testimonios de presos durante los últimos cuatro años”, explica a El confidencial. Se remite en concreto al de Octavio García, superviviente del campo de concentración de Tefía que uno de los personajes de ‘El Violeta’ le describía a Bruno. El temido campo de Tefía se creó en 1952 cuando la Dirección General de Instituciones Penitenciarias adquirió unos terrenos que habían pertenecido al primer aeropuerto de Fuerteventura.
En aquella época, comenta Sepúlveda, se crearon estos campos de concentración por la enorme cantidad de condenados bajo la llamada ley de Vagos y Maleantes y la posterior ley de Peligrosidad Social, que establecía desde multas hasta penas de cinco años de cárcel. “Eran más de dos mil al mes”.
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