Era una tarde fría aunque sin nieve, la de aquel 9 de diciembre de 2005 en la ciudad de Segovia. Hacía apenas unos minutos que habíamos llegado a la Plaza Mayor, acompañadas de mi hermano, para encontrarnos allí con el resto de las invitadas y testigos de la primera boda entre mujeres de Segovia.
Los nervios de las protagonistas eran tales, que cuando a las puertas del ayuntamiento y ya preparadas para subir a la sala de ceremonias, el alguacil preguntó si ya estaban “los novios”, yo me giré instintivamente para localizarte. Sí, estabas allí del brazo de una de las personas que más te han apoyado en tantos momentos de tu vida. Subiendo por esas escaleras y procurando no tropezarme con los zapatos de tacón, noté mi corazón un tanto desbocado y una sonrisa que me iluminaba la cara. Nos colocamos delante de todo el mundo, enfrente del Alcalde y del Secretario del ayuntamiento y de otro oficial de la institución. A nuestro lado, las personas que actuaban de testigos en este momento. No recuerdo muy bien las frases que nos dedicó el alcalde y la poesía de Mario Benedetti está algo confusa en mi memoria. Sí recuerdo haberte dado con voz clara el “Sí, Consiento”, y haber oído esa misma respuesta de tus labios, para que a continuación nos declarasen “Unidas en Matrimonio”, y recibir un beso, mientras las asistentes estallaban en palmadas y muestras de alegría. Y como este era un acto burocrático lleno de ilusión y de nervios, estos aparecieron al final, en el momento de ir a firmar el acta de celebración. ¡No me lo podía creer! ¡Me temblaba el pulso! Y tardé tiempo en firmar algo que en otras circunstancias hubiese sido un visto y no visto. Pero esta situación no me pasó solo a mí, también uno de los testigos pasó ese trance. Y después de la despedida del alcalde y de guardar el preciado Certificado de Matrimonio, solo recuerdo que tomé tu mano y que apenas la soltaba. Fotos con los testigos, a solas, en un sofá declarándote mi amor, bajo las banderas de la ciudad, con el resto de invitadas, y finalmente, la bajada por las escaleras. Ahora sí, las dos, tomándonos del brazo y sabiendo que lo vivido en el Salón del ayuntamiento era no el inicio, sino la confirmación de que nuestra relación era igual de válida que otras, y que la felicidad por este día, aunque no podía ser completa, sí que iba a estar llena de momentos que perdurasen en el corazón.
Han pasado 15 años y cada vez que se acerca esta fecha me parece que ha sido un suspiro en el tiempo. Un tiempo que se puede traducir en 473040000 segundos en donde hemos ido aprendiendo juntas de la vida y la una de la otra. Por todo ello y aún a riesgo de parecer cursi, te pregunto: ¿quieres pasar, al menos, otros quince años conmigo?
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