Mi hijo C.J. estuvo en mis brazos toda la noche. Lloró hasta que le invadió un sueño inquieto, gimoteando rítmicamente. Si yo me alejaba, él se me acercaba para que nuestras mejillas siguieran en contacto.
No había dormido en la cama conmigo desde que tenía seis meses. Cumplió 11 años el 1 de febrero. Una semana después, Allie, su "mejor amiga del colegio", le partió el corazón.
"Mi familia no se junta con gente gay, así que ya no voy a ir más contigo", le dijo cuando salían de clase.
C.J. no dijo nada. Estaba en shock y confuso. Era la primera vez que alguien le rompía el corazón y se quedó sin palabras.
Conocemos a la familia de Allie desde hace nueve años de la forma en que se conocen las familias cuando crían a sus hijos en los suburbios. C.J. lleva media vida yendo al colegio con Allie. Ella siempre había sabido que C.J. era un chico de género no binario al que le gustan "las cosas de chicas".
Pero parece ser que aunque a Allie y su familia les ha parecido (más o menos) bien su género, no les parece bien que sea gay.
"¿Cómo ha ido el cole?", le pregunté a C.J. cuando entró al coche aquella tarde.
"Bien", respondió. Me di cuenta de que nada estaba bien en su mundo.
Estuvimos varios minutos en silencio en el coche hasta que su dolor empezó a brotar. Era demasiado como para poder reconfortarle.
"Me lo ha dicho. Me ha dicho que su familia no se junta con gente gay, así que no puede ir conmigo. Dice que soy la única persona gay que conoce y que no quiere conocerme. Dice que todos nuestros amigos serán amigos suyos porque es más popular que yo", sollozaba con las manos en la cara. Se le escurrían las lágrimas entre los deditos, que estaban sucios de jugar a balonmano en la pista de hormigón.
En esta etapa de su vida, C.J. no habla mucho de su orientación sexual. Aún no es una persona romántica ni sexual. Es un niño de 11 años con mucho tiempo por delante para descubrir qué le atrae mientras recibe nuestro amor y nuestro cariño. Cuando habla de ello, a veces dice que es gay. A veces dice que es medio gay y medio bisexual. A veces dice: "Simplemente soy yo".
Sea cual sea su futura sexualidad, ese día la homofobia transformó a mi hijo en la devastación personificada.
Como casi todas las personas LGTBQ y de género expansivo, C.J. ha aprendido a vivir ignorando las miradas, las risitas y los comentarios indiscretos de los desconocidos. Es capaz de sacudirse de encima las preguntas invasivas y los comentarios sarcásticos de sus compañeros de clase con relativa facilidad, pero afrontar la hostilidad de una de las personas más importantes de su vida, una de sus mejores amigas, era algo con lo que nunca había tenido que lidiar. Le hizo un tajo en el corazón que quizás nunca llegue a cicatrizar por completo.
Me ha dicho que su familia no se junta con gente gay, así que no puede ir conmigo. Dice que soy la única persona gay que conoce y que no quiere conocerme.
Me centré en seguir conduciendo, pese a que era lo último que me apetecía hacer. Quería aparcar a un lado y pasar a la parte trasera del coche para consolarlo. Cuando llegamos a casa, mi marido Matt estaba haciendo unos trabajos en el garaje y se dio cuenta al instante de que algo iba mal.
Para leer el interesante artículo publicado en la página web msn.com, pinchad aquí.
05-10-2016 | nosgustas.com
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