Una tarde de este pasado verano quedé con un antiguo amigo al que no veía hacía tiempo y nos fuimos de cervezas a una terraza del centro. Después de ponernos al día sobre los últimos acontecimientos de nuestras respectivas vidas, inevitablemente la conversación pasó a tratar sobre mí y mi circunstancia actual de mujer transgénero. Nos conocíamos de hace mucho tiempo, aunque por circunstancias vitales de cada uno no habíamos tenido aún la oportunidad de coincidir y vernos en estos últimos años en los que he estrenado y comenzado a vivir mi segunda vida.
Después de intentar responder lo mejor posible a las consabidas preguntas con las que una persona cisgénero intenta reinterpretar a esta nueva luz todos los acontecimientos, palabras y reacciones vividas junto a mí en un pasado más bien lejano, el tema de nuestra conversación se avivó en cuanto desembocó indefectiblemente en las definiciones, cuestionamientos y circunstancias de la realidad trans en general. Por mi experiencia e información tengo muy claro que cualquier intento de sistematizar y generalizar ese mundo de laberíntica indefinición que comprende todas las innumerables teorías, opiniones, verdades e incluso ideologías (?) que existen sobre la definición de lo que es ser trans y lo que no lo es, junto a todas las circunstancias que nos acompañan, está indefectiblemente condenado al fracaso. Y esta vez, a medida que avanzaba la conversación, volví a comprobarlo una vez más.
Lo cierto es que el único hecho incuestionable que se podría sacar en claro sobre nuestra realidad es que las personas trans existimos desde que existe la humanidad, y aún antes. La transexualidad no es sino un rasgo más de las infinitas variables de la diversidad humana, aunque en este momento las personas trans nos tengamos que desenvolver en una sociedad en la que, debido a ciertos atavismos de origen religioso e ideológico, unido esto a una desinformación a veces ignorante, a veces malintencionada, se nos suele considerar como “una moda”, una “anormalidad” y una “depravación”, utilizando como definición más benigna la de ”enfermedad” o “síndrome”, y por ende discriminándosenos y negándosenos merced a subterfugios políticamente interesados nuestros derechos más elementales de ciudadanía.
El rasgo más perverso de esta discriminación es el de la negación de nuestro derecho a SER. Una amalgama de ideologías retrógradas, religiones decadentes e irracionales, doctrinas económicas e incluso feminismos marcianos que coinciden todos ellos en pretender relegar nuestra existencia y verdad incuestionables al campo de una “ideología” que ellos llaman “de género”, y también al de “perversiones sexuales andantes”. Para los seguidores de estos sistemas de creencias las personas trans no merecemos ser reconocidas como tales personas, somos la encarnación de los males y miedos de una sociedad decadente, y también de los de un concepto de “humanidad” que en estos momentos, merced a los constantes avances médicos, biológicos y científicos, mas la expansión de nuevas filosofías tales como el transhumanismo y nuevas culturas de la identificación, comienza a vivir también los principios de su plena decadencia.
¿Pero qué es una persona trans? Según definición clásica, una persona transexual sería aquélla que elige, mediante tratamiento de hormonación y cirugía de reasignación, adoptar por identificación y mimetización el rol y los caracteres sexuales externos del sexo opuesto al que ha nacido. Muy fácil, ¿Verdad? Muy fácil para algunos a quienes les gustaría poder catalogarlo todo, aunque la definición sea del todo inexacta. Porque una persona trans no es sólo eso. Quizá sea eso o quizá sólo lo sea en parte, quizá sea muchas cosas más, ya que existen tantas transexualidades como existen personas trans.
Lo que sí nos queda muy claro es que la transexualidad es uno de los ejemplos más puros que existen de ese rasgo tan humano que es la búsqueda de tí mismo-a. Las clásicas preguntas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?, materializadas en un arduo y apasionante trabajo de investigación sobre el propio cuerpo y mente que a veces puede encontrar su respuesta y otras no lo hará, no tiene porqué hacerlo. Pero se tratará siempre de un trabajo individual e interior, aunque con resonancias en el exterior y en la propia sociedad, ya que la transexualidad simboliza muy claramente la reivindicación de propiedad sobre tu propio cuerpo. Propiedad de utilización, y también de transformación. Un derecho de propiedad nunca escrito y mil veces cuestionado, que como persona trans ejerces simplemente al salir a la calle, cuando haces la compra, saludas a un vecino o te tomas un café en el bar más cercano. Desde que de pequeña te pintas los labios a escondidas ante el espejo de tu madre o te pones la corbata de tu hermano, sin saberlo ya estás haciendo esa reivindicación que será la de toda tu vida: ser tú misma-o, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
Y aunque el rechazo esté siempre ahí, latente o manifiesto, no es algo que nos debiera preocupar a la hora de expresar nuestra personalidad, nuestra realidad, nuestro yo interior. Tened siempre conciencia de que se trata de una LUCHA, y una lucha siempre es difícil. Tal y como os explicaba más arriba, este rechazo, esta transfobia y aparente involución de la que cada día se hacen eco las televisiones, periódicos, algún predicador tronado o los eructos lingüísticos de cualquier usuario de Forocoches no son más que las distintas expresiones sociales del miedo a un cambio irreversible... Y no sólo somos nosotros, es la misma sociedad la que se transmuta a gran velocidad, son ellos los que se quedan atrás y se resisten a ver el final de su mundo, de la caducidad de sus valores morales, sociales y económicos.
Transfobia y LGTBfobia, violencia de género, racismos y xenofobias, integrismos atávicos, fascismos cansinos, nacionalismos de todo tipo e incluso feminismos “radicales” que ante nuestra existencia e integración empiezan a perder la base de todo su argumentario... todas señales de ese terror al vacío, de esa añoranza de un pasado “sólido” ante el que se abre el “abismo” de un futuro incierto, actitud similar en todo al miedo de aquellas multitudes furiosas que destruían máquinas en los albores de la revolución industrial sin saber que el futuro ya estaba allí y hacía tiempo que había acabado con ellos... Quizá en estos momentos sea la transexualidad la abanderada, el verdadero símbolo y avanzadilla de estos tiempos de permanente transformación que nos ha tocado vivir.
Me llamo Lydia y soy una persona transgénero... así es como soy definida y punto. ¿Qué cual es la diferencia entre una persona transexual y una transgénero? Muy fácil: según la catalogación más extendida actualmente, una persona transexual es aquella que llega hasta el final de su proceso de transformación física, culminándolo con una intervención quirúrgica de reasignación de sus órganos genitales al sexo al que siente pertenecer. Por su parte, una persona transgénero es aquélla que todavía no ha realizado ese paso, que se halla en vísperas de realizarlo o que quizá no lo realizará nunca, simplemente porque siente que no lo necesita. Algunas personas transgénero tampoco necesitan realizar ningún tipo de tratamiento hormonal, simplemente adoptan el rol, imagen y actitud del género al que sienten pertenecer, aunque en esta situación existen muchas gradaciones en las que no me extenderé aquí, ya que las hay tantas como personas trans. Como os decía, me llamo Lydia. SOY Lydia, y hace cuatro años DECIDÍ realizar el tratamiento hormonal que mi salud física y mental necesitan. Soy catalogada como persona transgénero porque, aunque las características de mi cuerpo son ahora del todo femeninas, no me he sometido todavía a la intervención quirúrgica de reasignación. ¿Que cuándo la realizaré? Esto será cuando YO lo DECIDA.
Seguramente os preguntaréis a qué viene este pequeño ejercicio de egolatría, aunque también más de uno lo habréis adivinado: para empezar, me he puesto a mí misma como ejemplo de una práctica que para mí es nefasta y totalmente contraproducente, como es la práctica del inventario, del etiquetado, de ese “empaquetadas y listas para servir”. ¿A qué ese afán de confinarnos, de aprisionarnos en catalogaciones entomológicas? Transexual, transgénero... para las personas no letradas, tanto da transexual, transgénero, travesti que drag queen... para sus limitadas mentes todos somos maricones y bolleras, y punto. En principio, ésa sería la finalidad práctica de las etiquetas, que no es otra que la de la diferenciación, y en casos como éste su utilidad queda manifiesta.
No es lo mismo un señor que se viste o se disfraza de señora y viceversa (vestir o disfrazar, eso siempre quedará a su única discreción) que una persona que se siente y manifiesta como perteneciente al sexo y género opuesto al que nos muestra su cuerpo físico... Diferencias prácticas en el trato, en la interacción con los demás, diferencias útiles a nivel médico... la perversión de esta utilidad y practicidad de la diferenciación aparece cuando hablamos de manipulación de derechos y de discriminación social y política de una categoría frente a otras. No me extenderé en este tema, que hemos tratado sucintamente más arriba y que en otros de mis textos queda ya medianamente explicado, pero volviendo a ese momento en el que yo misma me he prestado a ser definida, ¿Qué hay del derecho a disponer sobre nuestro propio cuerpo? ¿Qué hay del derecho a elegir nuestra propia vida, en este caso nuestra propia definición de nosotros mismos o nosotras mismas? ¿Quién se puede arrogar la potestad de catalogar a una persona e incluirla en una categoría u otra?
La respuesta a las dos primeras preguntas es del todo obvia: cada persona en su individualidad es la única que debería poder decidir sobre su vida y su propio cuerpo, siempre que esta capacidad de decisión sobre un objeto de su propiedad no acarree ningún tipo de daño a personas u objetos exteriores. Sólo cada uno de nosotros individualmente tenemos derecho a definir en nuestra vida diaria quién somos y lo que somos, y a manifestarlo o no a los demás siguiendo únicamente y estrictamente los dictados de nuestra propia voluntad y privacidad. Al igual que vosotros, las personas trans no necesitamos legitimizar nuestra existencia ante nada ni ante nadie ni con razones médicas ni de ningún tipo, ni tampoco excusarnos por uno de los muchos rasgos que integran y conforman nuestra personalidad. Estamos aquí y eso es lo que hay. Y punto.
Respondiendo a la tercera pregunta quiero dejar también del todo claro que, fuera de la única esfera funcionalmente útil que es la médica, nadie tiene derecho a crear etiquetas ni a etiquetarnos, nadie más que nosotros mismos, cada uno, individualmente. La misma variedad de etiquetados y de definición variable de etiquetas que podéis encontrar buceando por las redes nos deja muy clara la inmensa confusión, subjetividad e ignorancia existentes en este campo por parte de aquellos que se autodenominan “expertos” y se arrogan la potestad de etiquetación... A todo esto y por mi parte y, tal y como suelo apuntar en mis charlas y escritos, yo misma siempre me he considerado y etiquetado como una “chica nueva”. Simple y fácil... Todos somos seres humanos. No soy una “persona trans”. Soy una persona. Nada más y nada menos que eso.
Ahondando un poco más sobre la misma cuestión... ¿Qué es ser trans y qué no lo es? Simplifiquemos: trans sería (o debería ser) toda aquella persona que no es cisgénero. Y cisgénero es toda aquella persona cuyo sexo e identidad de género al nacer coinciden. Esto es fácil de entender. Aparte existen también las personas intersexuales, quienes al nacer presentan conjuntamente caracteres sexuales masculinos y femeninos. Son los hasta hace poco llamados hermafroditas, adorados en la antigüedad… una palabra que siempre me gustó más por sus connotaciones clásicas y épicas, y también de respeto y veneración.
Hasta hace muy poco, las personas intersexuales sufrían el estigma de las intervenciones quirúrgicas tempranas, realizadas con el dudoso objetivo de su “normalización sexual”. Bajo la pregunta típica del médico a los padres: “¿Qué prefieren, niño o niña?” se ocultan auténticas barbaridades y tragedias vitales, un error que actualmente el fomento y divulgación de la educación sexual comienza a paliar, recomendándose simplemente que sean las mismas personas intersexuales quienes, llegado el momento, decidan si reasignarse o no, y en qué sentido. Como resultado de esto, son muchos los que deciden no hacerlo, llevando una vida en principio sana y feliz, y demostrando de paso cómo puede ser del todo superada esa castrante (nunca mejor dicho) y antediluviana idea social de “normalidad”.
Desgraciadamente, el mismo concepto de intersexualidad ha sido utilizado y manipulado por grupos de ultraderecha y organizaciones religiosas de ideología reaccionaria, los cuales se han esforzado en vender su transfobia a través de la idea a todas luces falsa de que sólo las personas intersexuales son los “verdaderos transexuales”, y por lo tanto sólo ellas tienen derecho a la asistencia médica pública al tratarse en su caso de una “enfermedad” física y “real”... una manifiesta perversión de la realidad, una estupidez ideológica disfrazada de “ciencia” y “pragmatismo” de la que no habría mucho más que decir aquí si no fuera porque justamente representa ese uso arbitrario y manipulador de la catalogación del que ya os he hablado largamente en este artículo.
Para poneros un ejemplo, no hace mucho que la asociación ultraderechista y ultracatólica Hazte Oir paseaba por sus eventos a una tal Charlotte Goiar, mujer intersexual reasignada y afectada teóricamente por el cuestionable y debatido síndrome de Harry Benjamin, la cual gustaba de tirar piedras a su propio tejado declarando sin ningún tipo de pudor que “desde pequeña he entendido que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva (?)”... No sé cuánto le pagarían a la buena señora por hacer el ridículo, pero seguro que lo habéis reconocido, es ese mismo lema aborrecible que ha paseado por toda España y parte de Latinoamérica el tristemente célebre autobús tránsfobo de dicha asociación. Hazte Oir, asociación LGTBófoba que, por cierto, sigue ostentando en nuestro país la calificación de “Utilidad Pública”, gozando por tanto de todo tipo de prebendas y subvenciones.
Mientras tanto y ahora mismo, incluso en la misma comunidad trans surgen corrientes y tendencias que se cuestionan los mismos fundamentos de lo que es ser trans y lo que no lo es. A la vez que los movimientos agender y queer se revelan como un gran revulsivo y un soplo de aire fresco contra todo tipo de estandarización y etiquetación, en otros ámbitos parece que todo va para atrás... ¿”Normalización” de lo trans? Se trata de un concepto curioso, y a todas luces regresivo. Una ya antigua idea que últimamente empieza a sonar de nuevo por ahí y que, bajo la capa engañosa de un pretendido progresismo bienintencionado, defiende la idea asimilatoria de que las mujeres trans, para conseguir su integración en la sociedad, deben ser y parecer lo más sexuadas y femeninas posibles hasta llegar a ser prácticamente indistinguibles de una mujer cis... y los hombres trans, tres cuartos de lo mismo.
¿Entonces, en qué quedamos? ¿Qué es lo que queremos? ¿Ya no se trata ante todo de educar a la sociedad y hacer valer nuestra diferencia, los múltiples conceptos de género o no género que por fin, después de tantos años de represión, tienen ahora la oportunidad de salir a la luz? ¿Dónde queda aquí la tan cacareada diversidad humana? ¿Y nuestros derechos, aún no conquistados? ¿Ahora resulta que la gente trans y queer tenemos que plegarnos a esos mismos estereotipos de género e integrar nuestro derecho a ser y a expresar nuestra individualidad dentro de esos valores y reglas obsoletas que desde hace años luchamos y se lucha desde distintos frentes por abolir? ¿Es ésta la sociedad que queríamos? ¿Cerrar el círculo y regresar por el camino más largo a los dos géneros estandarizados precisamente en un momento histórico en el que la UA reconoce la existencia de más de 300 géneros y la OMS acaba de sacar a la transexualidad (por fin) de su catálogo de enfermedades mentales? ¿Perder esa oportunidad que sólo está en nuestras manos de educar a la sociedad para un futuro que ya está a la vuelta de la esquina?
Preguntas y más preguntas… lo que queda claro es que nos hallamos aquí ante el enésimo intento de imposición, y esta vez desde dentro, de una visión subjetiva más, otro intento más de estandarización, laminación y asimilación que no conduce a ninguna parte excepto a la pura repetición y clonación de un estado de cosas que el simple y maravilloso hecho de nuestra existencia, mas la reivindicación y afirmación de nuestra diferencia e individualidad podrían empezar a cambiar. Ésa es la responsabilidad que tenemos las personas trans y queer. Y como os digo, está en nuestras manos.
Lo que es indudable, como apuntaba más arriba, es la total imposibilidad de frenar un futuro que ya ha comenzado a materializarse. Probablemente este futuro es del todo queer, agénero y también muchísimo más. Pero lo cierto es que esta preciosa utopía no va a llegar mediante el acatamiento de doctrinas vacías o seguidismo ciego de ideologías o movimientos de moda, eso nunca ocurre así. Ocurrirá simplemente porque tiene que ocurrir. Especulemos... más de 300 géneros es una “realidad” simplemente imposible de asumir, es el paroxismo del etiquetado. A medida que aumente la libertad para expresar nuestro género realmente sentido, a medida que por agotamiento desaparezcan las viejas filosofías, y el control individual sobre nuestro cuerpo merced a las nuevas tecnologías se convierta en un control total y un campo inmenso a explorar, el concepto de género sólo será uno de tantos más y perderá gradualmente su importancia de forma natural hasta desaparecer. Ya lo estamos viendo... el futuro de la humanidad se apunta como diverso, en todos los sentidos imaginables y en los aún no imaginados. No dudo que esto lo veremos un día u otro, será en un futuro relativamente próximo.
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