¿No estábamos caminando hacia la normalización?. Los heterosexuales no entienden a los homosexuales. La realidad es que el entendimiento externo de la dinámica emocional-sexual del mundo homosexual sigue en sus mínimos.
Rebobinemos. Los homosexuales nacidos de los 80 en adelante tuvimos la suerte de llegar, como quien dice, a mesa puesta con el tema de la aceptación y los derechos. Durante nuestra juventud, nuestros amigos heterosexuales se unían a los planes en bares gais. Llegaron Boris Izaguirre, Pedro Zerolo y el Grindr. Y se acabó el (a veces añorado) oscurantismo.
Pero tras una juventud (que afectó a varias generaciones) marcada por el espejismo de la comunión, ahora que nos vamos haciendo (emocionalmente) mayores, llega el momento de la divergencia. Cuando la vida se va poniendo seria, parece que nosotros no lo somos. ¿Por qué?
Chocamos, por un lado, con la incomprensión del heteropatriarcado hacia la reinvención de los modelos emocionales y la estigmatización de la promiscuidad. Esas moderneces de la pareja abierta, de la trireja, de los modelos permeables… mejor no nos cuentes. La insoportable levedad del gay. Por otro, emergen unos cuantos obstáculos internos en la comunidad que habían quedado eclipsados por el hedonismo.
Por partes. A pesar de los esfuerzos de los amigos de siempre, es todavía difícil encontrar empatía en la otra acera cuando se plantean crisis emocionales después de una excursión a una sauna en pareja, o cuesta explicar sin justificarse qué falló en tu pareja abierta que se acabó por algo que nada tenía que ver con la infidelidad.
La realidad es que el entendimiento externo de la dinámica emocional-sexual del mundo homosexual sigue en sus mínimos. Y, por poner un ejemplo, todavía no se puede hablar de gonorreas como si fueran hongos de piscina.
Los nuevos modelos ponen en alerta a los viejos, y frases como "quien juega con fuego se quema" se leen en la mirada del otro, si no se oyen de su boca. Y así, tras la desarmarización sexual e identitaria que a muchos nos trasladó la sensación de que ya no necesitábamos al colectivo para nada y éramos la generación de la normalización, vino el revés cuando intentamos ser felices en el amor y nos dimos cuenta de que el círculo de personas a las que acudir ante una crisis emocional del nuevo modelo se reduce, prácticamente, a aquellos que también lo están practicando.
Así que, más allá de la razón principal apuntada para justificar la soledad homosexual a los 40 años (los heteros se casan y tienen hijos), quizás el repliegue hacia el gueto amistoso-emocional viene dado por un modelo de vida que todavía incomoda a la mayoría, como queda patente que el atentado de Orlando creara tantas resistencias a ser considerado un ataque a la comunidad gay, o el hecho de que el PreP, el tratamiento preventivo para el VIH, siga encallado en la sanidad pública.
Para leer el interesante articulo firmado por Mateo Sancho en la página web revistagq.com pinchad aquí
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