Ni pan y circo ni un mero entretenimiento. El fútbol, ese deporte de masas que genera miles de millones no nació como un espectáculo con el que distraer a las masas cada fin de semana. El fútbol fue creado para salvar a los hombres del vicio.
Segunda mitad del siglo XIX. La ahora prestigiosa (y mixta) Uppingham School tenía ciertas normas: si alguno de sus alumnos (solo varones, claro) era cazado en un momento de autoexploración corporal sería automáticamente expulsado. Andar con la mano trajinando entre las piernas arruinaba el ambiente de pureza que el centro quería mantener en la escuela, según un interesante artículo publicado en la página web vice.com
Aunque, claro, la carne es débil y la tentación está siempre a la vuelta de la esquina -especialmente, a ciertas edades en las que las hormonas rebotan por todo tu cuerpo. Así, desde la dirección del centro se proponía la práctica del deporte como arma fundamental para luchar contra ese vicio llamado onanismo.
Entre tanta palabra con tinte épico había dos elementos clave para mantener la hombría: la práctica del deporte y la represión sexual algo que, además, iba de la mano. El deporte libera la tensión suficiente como para olvidarse de que las hormonas pueden provocar el pecaminoso acto que todo 'homo pajillerus'. Y, claro está, si hay que practicar algún deporte para fomentar la masculinidad de tus alumnos y tu hermano es un 'friki' del fútbol, lo más probable es que pase lo que, de hecho, sucedió: los alumnos de Uppingham School tuvieron que jugar al fútbol para evitar caer en la masturbación. Y con ellos, los de todas las escuelas inglesas que siguieron la metodología marcada por Thring.
Así, la expansión del balompié se aceleró gracias a la represión sexual. En el pasado mundial de fútbol, el gobierno de Brasil repartió millones de preservativos, pero si el fútbol se extendió como la pólvora fue, entre otras cosas, para que los zagales de la época no se dejaran llevar por la autocomplacencia continuamente.
Porque, como todo el mundo sabe, jugar al fútbol te quita las ganas de darle al manubrio. Eso y que el fútbol no es para mariquitas, ¿verdad, Capello? Aunque no lo parezca, entre una cosa y otra han pasado más de 150 años.
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