La caracterización más valiosa del movimiento queer es la dimensión política que da a la sexualidad. En De lo trans. Identidades de género y psicoanálisis, el psicoanalista y sociólogo español Juan Carlos Pérez Jiménez retoma una discusión sobre el estatuto de la sexualidad -la sexualidad en su vertiente trans- algo dejada de lado por su práctica o bien colonizada por formatos anacrónicos, devolviéndolo así no sólo su singularidad sino su potencia política, según publican en la página web diaric.com.ar
El libro, publicado por la editorial Grama en su colección Afueras de la ciudad (que dirige el también psicoanalista y agregado cultural de la embajada argentina en España, Jorge Alemán), suma una particularidad: está muy bien escrito.
Pérez Jiménez nació en 1964 en Málaga. Formado en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP), también es doctor en Ciencias de la Información y Master of Arts por la Wesleyan University. Es docente y miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Esta es la conversación que tuvo con Télam desde su país.
T : ¿Qué puede decirse -en la perspectiva de las posiciones sexuadas -o la sexuación- sobre la cuestión trans?
J : Un punto revolucionario de la propuesta que hace el psicoanálisis lacaniano sobre la sexuación es que las posiciones subjetivas de hombre y mujer no están determinadas por la anatomía. Lacan afirma que el ser sexuado se autoriza por sí mismo, que un sujeto anatómicamente hombre puede ocupar la posición femenina y viceversa. Estas ideas abren la puerta a la concepción de los sujetos trans como auténticos hombres y mujeres cuya posición sexuada no coincide con su cuerpo. Solo que ese posicionamiento tiene consecuencias, en particular las que afectan a la manera que esa rebelión anatómica es aceptada o rechazada por el Otro. Además, en el universo trans, no todos los sujetos se adscriben a una nominación binaria, sino que se reivindica la ambigüedad y las posiciones intermedias, lo cual requiere una reflexión teórica aún más compleja y demanda un debate social que aún no ha adquirido suficiente madurez. Por otra parte, cuando el sujeto trans decide intervenir en el cuerpo, hay que preguntarse hasta qué punto se trata de una convicción del sujeto y en qué medida se debe a la exigencia de que todos ocupemos un polo u otro, sin concebir la posibilidad de orbitar en torno a uno u otro de una manera no absoluta. He conocido a sujetos trans que no se habían planteado la necesidad de la cirugía hasta que el encuentro amoroso les ha señalado la dificultad para articular una pareja por fuera de la concepción binaria.
T : Durante años, la referencia fue el libro de Catherine Millot, donde habla del transexual como psicótico. ¿Que quedó de esa idea en el ultimísimo Lacan?
J : En torno a esa idea creo que se ha producido un prejuicio similar al que tuvo lugar tiempo atrás cuando se asociaba homosexualidad y perversión, algo que ahora, afortunadamente, se considera desfasado y reaccionario. El a priori diagnóstico generalizado que designa a todo transexual como psicótico está siendo sustituido por la referencia principal que orienta la enseñanza de Lacan, y que no es otra que el caso por caso, el uno por uno. Cada vez son más las voces que dentro del psicoanálisis consideran la transexualidad como transclínica, es decir que puede remitir a cualquiera de las tres estructuras: neurosis, psicosis o perversión. La enseñanza de Lacan no aporta una teoría muy elaborada al respecto, aunque aparecen algunos apuntes a la cara psicótica de la transexualidad que seguidores como Millot interpretaron de forma categórica y universalizada. Sí se puede decir que la psicosis tiene una cara transexual y, como se sabe, son frecuentes los casos de feminización entre psicóticos, lo que Lacan llamó el empuje a la mujer, pero de ahí a afirmar que todos los sujetos trans son psicóticos hay un abismo. Pero por ejemplo, no hay referencias en la obra de Lacan a los casos de transexualidad masculina -la transición de mujer a hombre-, en los que la prevalencia de la psicosis parece ser aún menor, y que requieren una teorización propia. Curiosamente, en estos casos, se señala una mayor facilidad para su integración y una mejor adaptación social. Eso nos lleva a preguntarnos de nuevo por el papel que tiene la respuesta del Otro social en las consecuencias que la propia sexuación tiene para los sujetos trans.
T : Pareciera que el mundo queer (por la negativa) pusiera en evidencia la indeterminación del sujeto o aquello de que no hay relación sexual. ¿Esto es así?
J : Creo que las posibilidades de entendimiento entre las concepciones queer y las del psicoanálisis lacaniano son mayores de lo que algunos han querido ver. En ese aspecto en concreto, desde el psicoanálisis se apunta a la imposibilidad del encuentro pleno entre los sujetos, porque no somos complementarios. Todos vivimos en falta, y como mucho, podemos aspirar a una suplencia de esa falta, pero no a llenar el vacío estructural que nos conforma y que, por otro lado, es el motor mismo del deseo. Sin esa carencia intrínseca, no nos veríamos impulsados y elevados por el deseo, claro que tampoco torturados por su deflación o por la frustración de no alcanzar nunca su plena satisfacción. La forma de entender la identidad sexual que tiene la teoría queer como algo en construcción permanente también imposibilita el acercamiento definitivo y estable entre sujetos. Si cada acto nos constituye, siempre estaremos necesitados de inventar nuevas formas de estar juntos, como proponía Foucault. Es esa precisamente, en mi opinión, la característica más valiosa del movimiento queer: la dimensión política que da a la sexualidad, esa voluntad emancipatoria que está recogiendo a su vez la izquierda lacaniana. En ese sentido, los avances que se han conseguido en la concepción social y política de la homosexualidad se deben ir ampliando a la transexualidad. Y ya vemos que, al menos, es una cuestión que va ganando visibilidad. Hace pocos días se otorgó el Globo de Oro a la mejor serie de televisión del año a Transparent, creada por Jil Soloway, una de las guionista de A dos metros bajo tierra, basándose en su propia historia familiar. Relata la situación que vive una familia cuando el padre, un profesor jubilado de 68 años, comunica a sus tres hijos que siempre se ha sentido mujer. Esta serie hubiera sido inconcebible hace tan solo una década.
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