Aprovechando reencuentros familiares y el que haya pasado más tiempo en contacto con mi abuela de 95 años me ha llevado a una serie de reflexiones: ¿qué pasa con nuestros mayores LGTB? ¿Qué hacer cuando se quedan viudos/as? ¿Cómo responden el resto de familiares a esa situación? ¿Y qué les sucede cuándo han de acudir a una residencia porque ya no se valen por sí mismos?
En mi familia, en esos grados difuminados del parentesco que son los primos ha existido el caso de una pareja de chicos, que llevaban más de treinta años juntos, que han sorteado de todo en la vida, incluido el rechazo y aceptación de las familias de ambos en un pueblo de La Mancha y de un país Latinoamericano.
Uno de ellos falleció, y el otro gracias al testamento y a la deferencia y al cariño con el que había sido tratado, pudo quedarse con lo que había sido de ambos. Pero no siempre esto ha sido así. También está el caso de otra pareja, en la que una vez fallecido, al resto de los familiares les faltó tiempo para reclamar lo que pensaban que era suyo por herencia, aunque legalmente tampoco se les reconocía como herederos. (Sobre herencias y testamentos ya hablaré en otro momento).
Y ahora supongamos que un anciano LGTB por diferentes circunstancias, acaba en una residencia. Si se encuentra más o menos lúcido y es capaz de entablar amistades dentro de lo que una residencia supone, ¿será capaz de hablar de lo que ha sido su vida sentimental? Y es que una de las primeras cuestiones que quedan resueltas cuando alguien llega a una residencia, y lo sé por experiencia, es si estás casado/a, o si se ha separado o divorciado, o si es viudo/a y si tiene hijos/as, nietos/as y demás descendencia o si en cambio, está soltero/a. Aquí algunos pueden indagar un poco más y decir que han vivido con una pareja, pero cuando lo que quedan son los recuerdos, ¿podrá compartir que su vida ha sido diferente a la del resto de los ancianos?
Es posible que gracias a ciertos avances de la sociedad, de los medios de comunicación, y a que hay personas de todo tipo, se encuentre con un ambiente que oscilará entre el rechazo, la incomprensión, la tolerancia o la aceptación y apoyo total. Por ello es de vital importancia la preparación de los asistentes sociales y de las personas encargadas por velar de la salud mental y física de los ancianos de la residencia. No sería justo que una persona LGTB que ha pasado por tanto sufrimiento y soledad en su vida joven y adulta, tenga que seguir soportando la burla y el desprecio de los que, perdón por la expresión, tienen la muerte a escasos centímetros de su cuerpo. Se hace necesario que estos ancianos LGTB tengan la oportunidad de hablar de su vida sin miedo, de compartir sus ricas experiencias y es que es más que probable que alguno de los otros ancianos de la residencia también sea LGTB (y es que el 10% siempre funciona) o que al menos rectifiquen su comportamiento hacia aquel hijo/a que es LGTB y que apenas les saluda, o por ese nieto/a que siempre va acompañado de amigos/as.
Nos guste o no, la experiencia de vida de los mayores LGTB ha sido la que ha abierto muchos caminos en este momento tan dulce que vivimos en la sociedad, y lo menos que se les puede ofrecer es que sus últimos momentos estén llenos de paz y de alegría en un entorno cariñoso.
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