Me gustaría empezar el presente artículo explicando la anécdota de la primera vez que me topé con el debate sobre la cuestión transexual. Hará unos ocho o nueve años, colaboré con una asociación LGTB de Barcelona, como parte de una investigación durante los estudios de Antropología. Para mí fue algo extremadamente enriquecedor, además de divertido, y guardo muy buen recuerdo de mi paso por la asociación. Pude ayudarles en la organización del encuentro estatal de asociaciones LGTB, estando presente en las ponencias y ayudando con el apoyo logístico del evento.
Cuando acabó la ponencia sobre transexualidad, me sentí libre para preguntar a las ponentes por la cuestión de cómo la transexualidad se relacionaría con las tesis feministas en torno a la cuestión del género como constructo cultural, ya que según éste, la mujer y el hombre nacen sexuados, pero es la socialización en los estereotipos de género lo que configura sus comportamientos y sus relaciones sociales. La pregunta pareció molestar a las ponentes, que se tomaron mi pregunta como una negación de su identidad de género. Al terminar, me dirigí a ellas personalmente para expresarles que en ningún momento había sido mi intención molestarlas, sino que simplemente me parecía un debate muy interesante del que quería conocer su opinión. Me dijeron que no me preocupara, y nos quedamos en la entrada charlando y fumando un cigarro juntas.
Desde entonces he pensado muchas veces en el aquel episodio. Y para entender lo que ocurrió, y lo que está ocurriendo ahora con los fuertes desencuentros entre feministas y transexuales, o por lo menos con un sector, es necesario antes aclarar la distinción entre sexo y género. Cuando hablamos de sexo, el feminismo se refiere al cuerpo sexuado, a la cuestión puramente bio-anatómica. El concepto de género se refiere a todo aquello que socialmente asociamos a un u otro sexo. Por ejemplo, ya saben, las chicas son sensibles, dulces, sumisas, y ven películas de amor. Los chicos, en cambio, son rudos, atrevidos, dominantes y ven películas de peleas. Todo esto no lo determina la biología ni el cuerpo sexuado, sino que lo ha hecho nuestro entorno social y cultural.
Para leer el artículo completo firmado por Marina Pibernat Vila en la página web larepublica.es, pinchad aquí.
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