«¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy, cuando estoy fuera de mí? ¿De dónde vengo? Dime a dónde voy?»
( Chanson Egocentrique, Franco Battiato)
Hace unas horas, en ese viejo caserón del siglo XVII lleno de fantasmas, él ha vuelto a mí. Hace mucho tiempo que ya no habitaba mi vida, mucho tiempo que lo había relegado al rincón más profundo de mi olvido. Pero hoy, durante un brevísimo instante, él ha venido a decirme adiós. Trajeada y masculinizada como modelo para una sesión de fotografía en la que (ironía) mi papel era el de un cadáver en su velatorio, hoy me he vuelto a ver tal y como era, como fui y como nunca volveré a ser.
En principio, la idea para la sesión es muy sugerente: a partir de la oscura fotografía realizada por Eugene Smith en los años 50 del sepelio de un cadáver en Las Hurdes, vamos a recrear este perturbador bodegón humano en toda su crudeza y atavismo, aunque esta vez de forma diferente: sólo dos personajes, el cadáver y también su viuda, los dos en la oscuridad, los dos personificados por mí. Con esta sencilla escena queremos simbolizar el momento más crucial de mi existencia: mi despedida a mi vida anterior, mi adiós a ese falso personaje que, al igual que el de la vieja fotografía, hace ya tiempo que partió del mundo de los vivos y se disolvió en ese recóndito limbo de mi mente en el que solemos desterrar los recuerdos más molestos, aquéllos que, paradójicamente, casi siempre resultan ser los que nos han formado y modelado tal y como somos ahora.
Después de desnudarme y embutirme en ese viejo traje que me procura un aspecto teatralmente masculino y demodé, me observo al espejo y no puedo evitar sentir tensión. La Lydia que contemplo esta mañana es una mezcla extraña de mi pasado y mi presente. Ya no veo al que era (el tratamiento hormonal que desde hace cuatro años me administro a diario ha surtido su efecto, hace tiempo que mi rostro se ha redondeado y el aspecto de mi cara es ahora del todo femenino), pero a grandes rasgos el conjunto general del rostro sigue siendo el de siempre. Nunca dejará de estar ahí, como un recuerdo de ese padre amoroso que una vez soñó, deseó y engendró a la mujer que soy ahora. Y reconozco y sé que mi exterior, y también mi interior, le deben todo a ese frágil ser que una vez fui.
Ahora, tumbada inmóvil y con los ojos cerrados sobre la plataforma, me aborda un fugaz pensamiento? Si aborrezco y aborreceré esa ropa, esos trajes, chaquetas, zapatos? no es sólo porque durante mucho tiempo hayan simbolizado mi cárcel interior, sino porque siempre me han recordado a mi otro padre, el físico, aquella imagen de la que huí una vez y que nunca quise plegarme a ser? pero ese destello desaparece tan rápido como ha venido. Curiosamente, hoy esa asociación tan fácil y recurrente no ha acudido, simplemente porque no ha querido ser invitada. Éste no es su lugar y ya no la necesito, hoy es sólo entre él y ella, entre yo y yo? y esta sesión es una despedida, un adiós a una parte de mí, pero un adiós emocionado y pleno de agradecimiento.
Por fin, me desnudo y me quito esa chaqueta, me vuelvo a vestir y me vuelvo a reconocer? la tensión desaparece. Junto al podio donde hace un momento estaba tendido el cadáver, ahora está sentada la viuda, la Lydia actual, triste y a la vez feliz, esbozando esa sonrisa que la cámara y el fotógrafo sabrán captar con total precisión. ¿Estoy feliz porque se va o estoy feliz porque ahora sé que vive y siempre estará dentro de mí? No lo sé, quizá nunca lo sepa, pero esta cuestión ya no me perturba en absoluto. Muy pronto, la magia digital fundirá mis dos imágenes en una sola, uniendo de forma definitiva mi pasado y mi presente.
Terminado el trabajo salgo al exterior, hace algo de viento. El lejano horizonte se recorta contra un cielo de mediodía majestuosamente nublado, como en un imponente paisaje de Friedrich ? Todo ha pasado, me olvido, saco la cámara y yo también disparo una fotografía.
*Dedico este escrito a Juanjo Hernández Hernández y Valiente Verde, artista plástico y fotógrafo respectivamente, impulsores y artífices de la sesión fotográfica de la que se habla en estas líneas.
Lydia Na (artista y comunicadora, activista transgénero y portavoz en Alicante entiende LGTBI)
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