Mientras los derechos y el reconocimiento social de L, G, T y B van avanzando, parece que la I, la intersexualidad, sigue siendo una gran desconocida que cuando aparece en escena lo hace como esperpento social.
Saber y ganar, uno de los concursos culturales televisivos de más solera en España -y no solo por su presentador (chascarrillo obligado, lo siento)-. Pregunta: ¿a qué colectivo hace referencia la “I” en las siglas LGTBI? “Indefinido” responde uno. "Hermafrodita”, se lanza al rebote desesperada otra.
Una cuestión que parecía de las típicas de relleno de cultura popular y conocimiento general acaba siendo la que se le atraganta a los cerebritos que acuden a un programa en el que se hace gala de los conocimientos más variopintos, desde ríos perdidos, páginas recónditas de la literatura o generalidades de la sociedad en la que vivimos; donde se ve que la intersexualidad sigue siendo una gran desconocida. Porque es intersexualidad (y no 'hermafroditismo', como se nombra coloquial y erróneamente) el término correcto para designar una realidad que abarca a un 1% de la población: quienes presentan características cromosómicas, genitales u hormonales que rompen con lo que se espera de un cuerpo 'de mujer' o 'de hombre'.
Lo cierto es que cuando la intersexualidad ha aparecido en escena lo ha hecho desde el enfoque de lo raro, lo esperpéntico y el morbo: una modelo que “rompe su silencio” o el caso de la exnovia del nadador olímpico Michael Phelps. Otro ámbito doloroso es el ensañamiento hacia deportistas como Caster Semenya. Como ocurre en casi todas las esferas de conocimiento de la vida, para conocer en profundidad hay que embarrarse y rebuscar. O dejarse llevar por la pura serendipia.
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