Llegar a Italia como inmigrante irregular es tortuoso. Quien además es gay, lesbiana, bisexual o transexual se enfrenta a una espiral de discriminación y un doble muro en ocasiones imposible de remontar. Adriana es una inmigrante brasileña de 34 años que lleva 17 en el país. Una vez superado el choque inicial de la llegada y después de haber conseguido un trabajo y construído una vida en el país de destino, se ha enfrentado a una nueva adversidad ligada a su identidad de género: es transexual y ha perdido su último empleo y con él su permiso de residencia, por lo que para mantener su vida aquí, solo le queda solicitar asilo político. En su región natal, dada su condición, correría peligro. Acaba de salir de un CIE de Brindisi, en el sur, en el que ha estado recluida durante más de un mes en la sección masculina. Pero ella es una mujer, aunque su documento de identidad no lo recoja así.
Cuando ya no podía más, inició una huelga de hambre y tuvo que pasar 10 días en ese trance para que las autoridades escucharan su petición y la sacaran de allí. Todavía no se ha resuelto su petición de asilo, pero le han concedido un permiso temporal para que pueda esperar en libertad. Ahora que su lucha ha dado sus primeros frutos, quiere seguir peleando por que nadie más vuelva a pasar por lo mismo que ha pasado ella. Poco antes de salir, Adriana contó su historia a Público desde el centro.
"Estaba aterrada y buscaba las cámaras de seguridad para dormir debajo de ellas".
Allí dentro tenía que compartir cuarto con otros 8 hombres de diferentes nacionalidades. Aunque cuenta que sus compañeros de “celda” siempre fueron respetuosos con ella, no olvida lo que ha vivido allí. “Estaba aterrada y buscaba las cámaras de seguridad para dormir debajo de ellas”, tampoco a lo que se ha enfrentado: “muchos internos me han amenazado diciéndome que iban a matarme o rajarme o espetándome cosas tan hirientes como que Hitler debería haber limpiado también toda sudamérica”.
Llegó aquí “con el sueño de conocer Europa” y ahora toda su familia está en Italia: su madre, su hermana y sus sobrinos, esperando angustiados a que se remedie su coyuntura, toda su vida está en Nápoles y ella quiere quedarse. “Amo Italia, sus costumbres y su modo de vida, quiero vivir aquí hasta el final de mis días”, cuenta a este diario. “Hasta ahora no había denunciado mi situación por miedo; tampoco quería perjudicar a nadie porque muchos de los que me han amenazado también son personas que tienen una familia detrás, he intentado ser comprensiva todo lo posible, pero llega un punto en el que no es posible mantener la calma”.
Porpora Marcasciano es la presidenta del Movimiento de Identidad Transexual, MIT, que está ayudando a Adriana en su odisea. “La violencia se ha convertido en algo tan difuso que las víctimas no la denuncian porque la dan por descontada, están acostumbradas a ella y una persona ya de por sí frágil como un transexual, dentro de un CIE queda completamente anulada”, explica a Público.
Adriana ahora se siente fuerte y no le tiembla la voz para pedir una segunda oportunidad en Italia: “he pagado mis impuestos durante los más de 10 años que he estado trabajando aquí y ahora que no encuentro un contrato de trabajo, es desolador que no se me trate de forma humana”.
A pesar de lo particular de su tesitura, el caso de adriana no es único y desde el MIT denuncian que existen muchas más personas en circunstancias similares que no han tenido la oportunidad de dar a conocer su lance.
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