Al comenzar a escribir en esta sección me propuse visibilizar la existencia de un alumnado LGTB al que había que dar respuesta. Fundamentalmente necesitan un ambiente seguro, y referentes de todo tipo que les permitan construirse una identidad. Y aquí tiene una importancia vital la visibilidad de los docentes LGTB. En esta última colaboración se me ocurren dos preguntas: ¿Cómo implicar al resto de profesores? ¿Cómo llegar a los propios alumnos LGTB, especialmente a los más jóvenes?
No tengo soluciones mágicas. En el caso de los alumnos, creo que el camino pasa por sus propios compañeros: desde los alumnos ayudantes hasta los grupos de autoapoyo en el caso de los mayores. No va a ser un sendero cómodo, probablemente los alumnos solo estarán preparados para pedir ayuda cuando ya se han aceptado de algún modo. Antes, van a estar muy solos.
En cuanto a los profesores y al centro como institución siempre corremos el peligro de quedar atrapados en el pantano de las “declaraciones de intenciones maravillosas que no se pueden cumplir”, o en las cercanas arenas movedizas de “confundo el deber ser con lo que realmente es”. Vamos a llegar más lejos cuanto más concienciemos al profesorado, no cuantos más epígrafes dediquemos al tema en los múltiples documentos administrativos. Será un mejor punto de partida reconocer nuestras actitudes homofóbicas, nuestros miedos, nuestras contradicciones antes que disfrazarlas. La sinceridad consigo mismo debería ser la base de cualquier práctica docente.
Y por último, bajar las ratios de alumnos por clase y volver a las 18 horas lectivas puede ser la medida más eficaz. Nuestro cerebro está diseñado para sobrevivir, y ante una avalancha inmanejable de obligaciones, tiende a “no ver lo que ocurre”. Este tipo de problemas son de los primeros que desaparecen de nuestro campo de visión.
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02 de Diciembre de 2016 | Carlos Javier Herrero Canencia 0 8169
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