Algunas mujeres adoptaron el travestismo como estrategia para unirse a la lucha. No es el caso de Amelio, al que le movió su profundo deseo vital de ser hombre. La milicia, las autoridades y los medios de comunicación de la época reconocieron su identidad de género. Su historia, recuperada por la investigadora Gabriela Cano, aporta referentes diversos a una historiografía excluyente.
... a través de su artículo Amelio Robles, masculinidad (transgénero) en la Revolución mexicana (1), Gabriela Cano, académica e investigadora del Colegio de México, abona para ayudarnos a percibir la sexualidad humana en toda su complejidad al abordar desde un riguroso análisis crítico la historia de Amelia Robles, joven de origen rural que se transformó en Amelio Robles, coronel de las huestes zapatistas durante la Revolución mexicana. La especialista explica que, aunque por el momento no es posible precisar la frecuencia con que se presentó el travestismo en la Revolución mexicana, existen noticias de mujeres como María de la Luz Barrera, zapatista, o Ángela Jiménez, maderista, que adoptaron una identidad masculina durante la guerra para después volver a desempeñar roles sociales femeninos, como madres y esposas. No fue el caso de Amelio Robles, quien vivió como hombre durante 70 de sus 94 años.
Amelia decidió adoptar una identidad masculina a los 24 años para unirse a la lucha revolucionaria, pero, según explica Gabriela Cano, no lo hizo como estrategia para no ser atacada sexualmente, como lo hicieron otras mujeres durante la revolución, si no porque su deseo vital más profundo era ser hombre. A lo largo del ensayo la académica hace un importante recuento de cómo Amelia “transitó de una identidad femenina impuesta a una masculinidad deseada: se sentía y se comportaba como hombre y su aspecto era varonil”. Amelio estableció su masculinidad a través de un performance de género: complementaba las poses, los gestos faciales y las actitudes masculinas de su performance cotidiano con un atuendo cuidadosamente seleccionado, que incluía pantalones, camisas, chamarras y sombreros utilizados por los hombres en su entorno rural. También mandó hacer un retrato de estudio donde aparece con una pistola enfundada en la cintura (símbolo de masculinidad y objeto suyo de uso cotidiano, con el que incluso llegó a escarmentar a quien osó tratarlo de mujer), mismo que le ayudó a posicionar en el imaginario colectivo la imagen de sí mismo que él deseaba: su cambio de identidad no requirió de cirugía ni hormonas.
La prensa también contribuyó a legitimar la identidad del revolucionario zapatista al publicar en el periódico de mayor circulación local un reportaje sobre Amelio, que incluía su retrato. Esto, explica la especialista, lo acreditaba como hombre ante los ojos de cientos de personas, y equivalía a proclamar su virilidad en la plaza pública, resaltada por el arma de fuego que portaba. Cano hace una pausa en el recuento para señalar que aunque algunas personas podrían considerar a Amelio Robles una lesbiana hombruna, machorra o butch, de acuerdo con la terminología actual es más preciso identificarlo como una persona transgénero, “una forma de identificación subjetiva que implica la adopción de la apariencia corporal y el papel social de género asignado al sexo opuesto”. De esta precisión se desprende que la masculinidad y la femineidad no son cualidades que nos son inherentes biológicamente, sino un conjunto de atributos que nos han sido impuestos culturalmente por razón de nuestras características biológicas.
Amelio Robles sostuvo relaciones de pareja con varias mujeres, y con una de ellas, Ángela Torres, contrajo matrimonio y adoptó a una hija.
Para terminar de leer el articulo y ver las fotografias que lo acompañan, el articulo publicado en la página web pikaramagazine.com, pinchad aquí.
03-06-2019 | Carlos Lamm
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