Ayer se celebró la única marcha del Orgullo que tiene lugar en el norte de África y tuvo lugar en España, en Melilla. A pesar de ser un acto anunciado en la web de la ciudad y cuyo cartel se encontraba en la puerta de muchos locales, apenas llegamos a ser unas treinta personas las que salimos de la sala Manhattan (en el puerto) dirección al centro. La charanga The Guiris Band puso la música y la Asociación Melillense de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (AMLEGA) echó el resto.
Personalmente, ha sido la Marcha del Orgullo más importante de mi vida. La única en la que he sentido en la piel -más en la ajena que propia (no dejo de estar de paso)- la vulnerabilidad de que ser un bicho raro al que se le deja salir de su cueva a dar una vuelta siempre y cuando vuelva a ella a ‘ser normal’.
Es toda una experiencia comprobar (una vez más) el espejo que pueden llegar a ser los rostros de quienes te miran. Como suele ser habitual en este tipo de eventos, están los que lo hacen de manera divertida, los que se parapetan en las fotos que te sacan, los que forzadamente buscan que no se les note que no entienden nada y aquellos que te expresan apoyo con la mirada. Pero ayer, además de estos, estaban muy presentes los rostros serios (principalmente masculinos), los que te miran fijo, los que reprueban. Aquellos que te hacen sentir que -cuando se acabe la Marcha- estas señalada. Y la verdad es que no es una sensación grata que los dueños de esos rostros sepan quién eres y lo que eres. Es necesario subrayar que no eran la mayoría pero sí lo suficientemente presentes como para percibir que si en algún momento alguien puede sobrar seríamos claramente nosotros, los LGTB. Y sí, entre la población musulmana y la que no lo es, eran en los primeros entre quienes había más dureza en la mirada. Así es. Me entristece decirlo.
Los de las grandes ciudades estamos acostumbrados a marchas del Orgullo en las que tomamos la calle. La alegría que se despliega es consecuencia lógica de una sensación contagiosa de triunfo, de victoria, de ser muchos. Ayer la alegría de la Marcha -que recorrió poco más de un kilómetro- era también contagiosa pero expresión, más que nunca, de puro orgullo. Ese que se siente cuando se es valiente, cuando te atreves y te expresas tal cual eres. El orgullo de arrojarte a las calles arriesgando algo importante por una razón más importante aún.
Una vez más, cómo no, fue el colectivo transexual el que iba abriendo las puertas de ese punto de desinhibición y valor, al tiempo que iba dándonos seguridad para estar bajo las miradas de quienes se paran o no se mueven, de quienes te recuerdan que eres minoría. Kelly Roller, Pomela Anderson, La Tsunami, Madragora, Retocarla, Desiree Vogue y Steve Drag fueron mis heroínas y héroe este día.
Ayer pude comprobar en carne propia como la fuerza transexual es la que nos lleva en volandas a ocupar los espacios, la que da una visibilidad muy especial que descoloca ante los que normalmente nos desprecian o ignoran: se los mete en el bolsillo. De este modo es como se explican situaciones tan absurdas como que la misma mujer musulmana que se indigna por el beso de dos chicos ante su hija termine haciéndose una foto de familia con Steve Drag.
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