No me gusta sustantivar los adjetivos dirigidos a las personas. Procuro no utilizar este recurso del lenguaje y me rechina cuando alguien lo hace. Nunca me ha gustado hablar de alguien refiriéndome a él como el gordo, el delgado, el guapo, el listo,... Sencillamente porque pienso que una persona es mucho más que una de sus múltiples características, y referirse a ella de ese modo es cuando menos, pobre.
Cuando eres gay, parece ser que hay para quien eso lo eclipsa todo.
Estos días, con motivo del día del orgullo, hemos oído en los medios continuamente: los gais, el colectivo homosexual o el colectivo gay. Y cada vez que se mentaba yo pensaba: los gais abogados, ingenieros, profesores, mecánicos... gordos, delgados, altos, morenos,... hermanos, primos, hijos, sobrinos... simpáticos, agradables, bordes, huraños,.... Pero no. Simplemente son los gais.
Es cierto que precisamente en estas fechas con motivo de su día, se puede entender la referencia, pero no he podido evitar pensarlo, y me sirve para traer el tema. Porque ser gay es de esos adjetivos que marcan. Cuando eres gay, parece ser que hay para quien eso lo eclipsa todo. Ya puedes ser un gran deportista o un perfecto profesional, que serás el futbolista o el árbitro gay. Ya puedes tener un gran chorro de voz o una perfectamente modulada, que serás el cantante o la presentadora gay. Ya puedes ser el mejor de los amigos, que serás el amigo gay. El hermano gay, el primo gay, el frutero gay, el reportero gay... el manifestante del colectivo gay. Qué cristal tras el que mirar tan obsoleto ya. Qué injusticia que la forma de amar siga siendo juzgada. Amor es amor. Y ojalá lo practicáramos más y dedicáramos menos tiempo a etiquetar a quienes lo hacen. Y qué impotencia que esto sea ya un discurso tan manido...
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