Desde ‘Un hombre muerto a puntapiés’, publicado en 1928 por Pablo Palacio, al ‘Angelote amor mío’ (1982), de Javier Vásconez, hasta el homoerotismo de autores como Juan Carlos Cucalón (‘La niña Tulita’, 2009). La figura de la homosexualidad en la cuentística ecuatoriana ha estado atravesada por las nociones de muerte y violencia, según las conclusiones de un foro organizado por la Universidad de las Artes (UArtes).
Cuestiones como la denuncia social, la homofobia, la violencia del lenguaje o el mismo homoerotismo han dado paso en los cuentistas más jóvenes –algunos de ellos homosexuales- a una interiorización del mundo gay, matizó el escritor Raúl Serrano, antólogo del libro ‘Cuerpo adentro: Historias desde el clóset’ (2013).
Serrano hizo parte de la mesa de diálogo ‘La figura de la homosexualidad en la narrativa ecuatoriana contemporánea’, junto a la académica Alicia Ortega y a la escritora Lucrecia Maldonado.
“La ficción es un territorio que problematiza muchos temas de una manera libre, aunque no exenta también de prejuicios. Los narradores hicieron posible visibilizar el tema de la homosexualidad, que desde el poder hegemónico se lo tenía como tabú y escabroso”, indicó Serrano, ensayista orense.
La tradición literaria sobre la visión literaria de lo gay que inicia en el país con el texto fundacional de Pablo Palacio, incluye a otros autores de la generación del 30. Joaquín Gallegos Lara aborda la homosexualidad desde una mujer con el cuento ‘Al subir el aguaje’ (1931). Al mismo tiempo lo hacía Humberto Salvador, en la novela ‘Camarada’, donde indaga en la noción de lo que significa el amor lésbico. En la visión de Alicia Ortega, tal como sucede ahora con un tema como la interculturalidad que la ficción exploró desde la década del 30 del siglo XX, la literatura porta un saber que suele adelantarse a su propia época.
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