El drama en el estado de Indiana la semana pasada, y el debate más amplio sobre las llamadas leyes de libertad religiosa en Estados Unidos, presenta a la homosexualidad y al cristianismo como fuerzas en feroz colisión.
No lo son; al menos no en varias denominaciones importantes, que han llegado a un nuevo concepto de lo que decreta y no decreta la Biblia, de lo que se puede adivinar sobre la voluntad divina y lo que no.
Y la homosexualidad y el cristianismo no tienen por qué estar en conflicto en ninguna iglesia.
Es comprensible que muchos cristianos los consideren incompatibles, pero eso es un efecto no tanto de la fuerza del odio sino de la influencia de la tradición. No es fácil sacudirse creencias osificadas a lo largo de los siglos, según un interesantísimo artículo de opinión publicado en la página web nytimes.com
Pero a fin de cuentas, seguir viendo a gais, lesbianas y bisexuales como pecadores es una decisión. Es una elección. Es darle prioridad a pasajes desperdigados de textos antiguos sobre todo lo que se ha aprendido desde entonces, como si se hubiera detenido el tiempo y los avances de la ciencia y el conocimiento no significaran nada.
Es pasar por alto el grado en que todas las escrituras reflejan los prejuicios y puntos ciegos de sus respectivos autores, culturas y eras. Es elevar la obediencia acrítica por encima de la observancia inteligente, por encima de la evidencia que tenemos enfrente, pues ver honestamente a los gays, las lesbianas y los bisexuales es ver que todos somos el mismo magnífico enigma, ni más ni menos deficientes, ni más ni menos dignos.
La mayoría de los padres de chicos homosexuales se dan cuenta de esto, así como la mayoría de los hijos de padres homosexuales. Es una verdad menos ambigua que cualquier escritura, menos complicada que cualquier credo.
Así pues, nuestro debate sobre libertad religiosa debería de contemplar liberar a las religiones y a las personas religiosas de prejuicios a los que no necesitan aferrarse y que efectivamente podrían desechar, del mismo modo en que han desechado otros aspectos de la historia de su fe, cediendo como debe de ser a la ilustración de la modernidad.
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