Hace poco, mientras tomaba un café con un amigo muy vinculado al tema LGBT, éste me mostró un mensaje que había llegado a su cuenta de Facebook, junto a una fotografía que captaba una bolsa de zapatos y accesorios de una conocida marca canadiense, y sobre la cual rezaba la expresión “I´m a happy person” (Soy una persona feliz), según un artículo de opinión publicado en la página web ecuatoriana lahora.com.ec, y firmado por Pedro Artieda Santacruz
Más allá de que ya no debería sorprendernos las imágenes que circulan en la red, me asombró conocer que la persona que expresaba su felicidad a través de su perfil había finalizado recientemente sus estudios en temas de género y sexualidad. Recordé, entonces, el origen de la apropiación del término que en las últimas décadas del siglo XX que surgió como oposición al estereotipo del homosexual blanco, estadounidense, vinculado al consumo y a la moda, que ha venido a (mal) representar al estilo de vida gay, que sin duda es mucho más que ello.
En fin, más allá de cualquier cuestionamiento al tema del consumo y al hedonismo tan contemporáneo en muchas sociedades, y cuando daba los últimos sorbos a ese café de la tarde, pensé en aquello de la felicidad que esta persona parece tener bastante claro, concepto que, por cierto, urge por venderse con mayor fuerza en época navideña: “Compra los zapatos que te harán alcanzar el cielo”. Desde hace tiempo he querido escribir en esta columna sobre el modo de vida de muchas personas gais. Todos consumimos, es verdad. Y nos gusta hacerlo.
Pero, ¿cuál es el límite?
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