El jueves pasado se iba a proyectar en una filmoteca de España la película “Manderley“, de Jesús Garay. Misteriosamente, se cayó del cartel. Ya ha ocurrido en otras ocasiones. El sábado un tipo amenazó a dos jóvenes activistas gais en Gandía que participaban en un encuentro LGTB que se celebraba en la ciudad: “Maricones de mierda, dadme todo lo que tengáis u os pincho con una navaja”. Se salvaron porque salieron corriendo. Ese mismo día, en un programa de máxima audiencia, un abogado se preocupó de “aclarar” que su cliente no es homosexual, según un artículo de opinión firmado por el abogado Ricardo Ruiz de la Sena publicado en la página web politicalocal.es
Un fin de semana en España.
Admitámoslo. La homofobia se suele percibir como un problema que afecta a los homosexuales y, como mucho, al colectivo LGTB. Sí, es verdad que se emplea a veces el término LGTBfobia, pero creo que no está generalizado. En realidad, algunos se sienten excluidos de la categoría –a veces, se añade la Q de “queer”- y me parece que otros simplemente encuentran difícil descifrar el sentido de las siglas. En general, de todos modos, no se percibe como un problema de nuestra sociedad sino como algo que afecta a “algunos” pero no como una lacra que nos atañe a todos. En España, se sigue tomando la homofobia –pongan LGTBQfobia si lo prefieren- como un problema “de los otros”, es decir, ajeno.
Y así nos va.
Después de décadas de educación en derechos humanos, aún hay personas que temen salir de la mano de la persona a la que aman. Todavía hay quienes sufren la invisibilidad de las películas que se caen o de las que solo pueden verse en ciclos de cine temático LGTBQ como si lo más importante no fuesen, simplemente, que son buen cine. Sigue siendo excepcional la aplicación del artículo 22.4 del Código Penal en los procesos penales. Cometer un delito por motivos racistas, antisemitas u otra clase de discriminación referente al sexo, orientación o identidad sexual, sigue sin producir en la práctica, un agravamiento de la pena. Si se dice de una persona que es homosexual, su abogado se siente en la obligación de aclararlo como si ese fuese el delito del que acusan a su cliente.
Tal vez usted piense que estas cosas no le afectan, pero permítame decirle que se equivoca. La estructura del odio contra la diferencia se repite y tarde o temprano puede que le alcance a usted. El homófobo dirigirá su odio también contra el extranjero, o contra las mujeres –el 50,8% de la población, así que de minorías nada- o contra los que profesan una religión diferente. No piense ni por un momento que estará a salvo para siempre porque la discriminación y la violencia que inspiran el discurso del odio solo afectan a otros.
Es más, si usted necesita sentirse en peligro para reaccionar, los homófobos ya pueden cantar victoria porque han logrado que la suerte de otra persona le resulte ajena. Si usted necesita que le digan el peligro que la homofobia entraña porque no le salta a la vista nada más leer las noticias, es que en España tenemos que cambiar algunas cosas porque no hemos hablado lo suficiente de democracia, ni de derechos humanos ni de la dignidad intrínseca de todo ser humano. Bueno, debería incluir aquí a toda criatura. Sí, mis perros también tienen dignidad, pero sobre eso hablaremos otro día.
Porque hoy tenemos que hablar, una vez más, de la homofobia y del silencio que gravita sobre ella como si solo los gays debiesen preocuparse. Debemos recordar que en España sigue habiendo personas que temen al despido laboral o a la censura social por ser gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, “queer”, o lo que les dé la gana, que al final es de lo que se trata.
Los problemas de fondo que deben movernos a reaccionar no son solo la violencia, el silencio o el estigma. La libertad significa no ir por ahí dando explicaciones ni autojustificándose...
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