Un artículo "diferente", escrito por el periodista Carlos Gustavo Álvarez y publicado en la página web portafolio.co nos ha llamado la atención, y claro, no hemos podido evitar el mostraros este texto que nos da otra visión sobre determinadas palabras o insultos.
Como por estos días ya comienzan a barajarse sucesos y personajes del año, yo quiero nominar la palabra del 2014. No la proclamo por nueva ni por sonora. Tampoco porque sea una de las novedades que trae la costosa 23ª. Edición del Diccionario de la Real Academia Española, y por eso no la voy a igualar con amigovio ni papichulo.
Creo que es la palabra del año porque ahora se escucha de forma natural, enunciada por jóvenes pero no únicamente por ellos. Porque ha accedido de manera copiosa al lenguaje de las mujeres, y porque está logrando un verdadero récord de uso y reiteración, que supera cualquier marca de muletillas y onomatopeyas.
Se trata de marica, marica. Palabra que espero el buen corrector de Portafolio no entrecomille, como si fuera extraña o un neologismo haciendo cola para que lo admita el supremo glosario.
Recuerdo que cuando la conocí en mi infancia callejera, hacía parte de la ralea de las groserías. No se decía en la casa, aunque su significado virginal era el diminutivo de María, lo que en términos gramaticales se define como un hipocorístico, que es lo mismo que “llamar cariñosamente, con caricias”. Se usaba con rabia para emplazar peyorativamente al afeminado, que por aquella época estaba en la jaula de las locas, no tenía derechos ni era reconocido y mucho menos aupado por la sigla LGTB.
Usada casi siempre en masculino, las variaciones de la palabra estaban referidas a la graduación del amaneramiento o la ferocidad con la que se aplicara. Había maricones y mariquitas, y una persona era, por ejemplo, mucho, tan, gran o qué marica. No se empleaba como vocativo y era muy raro, de verdad, extraño, que la profirieran las mujeres.
Marica pasó un tiempo incontable durmiendo el sueño de los condenados. Y hace un poco más de un lustro irrumpió avasalladora, cuando los maricas que se habían transformado en homosexuales pasaron a llamarse gais.
Un chascarrillo ordenó la variedad de la siguiente forma: “Luís Caballero era gay, el doctor que atiende a mis hijos es homosexual, el peluquero que me corta el pelo es marica y el que se para en la esquina de la séptima con 19 es una loca”.
Desprovista del agravio, marica se tornó en palabra comodín, usada sobre todo por los muchachos en ejercicio de su lamentable limitación léxica. Es el vocativo de moda (no se saluda “Hola, Pedro” sino “Qué hubo, 'arica”) y campea como término conector, muletilla y sucedáneo de todo lo que se pueda reemplazar por marica.
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