¿Por qué tenemos vello púbico los seres humanos?... nuestros ancestros sufrieron un proceso de pérdida de pelo corporal que nos convirtió en el único mono desnudo del planeta. Sin embargo, somos también el único mono que cubre sus partes púdicas con una ostentosa y casi excesiva mata de pelo grueso. ¿Por qué?, ¿por qué no perdimos el vello púbico en el transcurso de la evolución?.
Así comienza un interesante artículo publicado en la página web metode.cat
La resolución de este enigma pasa por echar un vistazo al árbol genealógico de unos insectos nada populares, los piojos. Como todos los parásitos, los piojos que hoy corren por nuestro pelo corporal han ido evolucionando junto a sus huéspedes, nuestros antepasados​​, a lo largo de nuestra historia evolutiva. Por ejemplo, los piojos que encontramos en los gorilas, del género Pthirus, divergieron de los piojos que encontramos en humanos y chimpancés, del género Pediculus, poco después de que los gorilas y el ancestro común a chimpancés y humanos se separaron .
Del mismo modo, la especie de piojo que hoy combatimos en el pelo de nuestros hijos, Pediculus humanus capitis, se separó del que encontramos en los chimpancés aproximadamente en el mismo momento en que chimpancés y humanos tomaron caminos evolutivos distintos, hace unos 6 millones de años. Desde entonces, hasta hace entre 80.000 y 170.000 años, los piojos del cabello humano sobrevivieron refugiados en nuestra cabeza sin poder colonizar nuevos ambientes, ya que nuestro escaso pelo corporal les impedía expandirse. No obstante, hace entre 80.000 y 170.000 años (dependiendo de la población humana a la que nos referimos) los humanos empezamos a cubrir nuestro cuerpo con ropa y esto permitió a los piojos del cabello recolonizar nuestro cuerpo para convertirse en los piojos del cuerpo humano (Pediculus humanus corporis).
Esta interesante genealogía parásita no sólo refleja un hecho evolutivo muy común, como es la coevolución de parásitos y huéspedes, sino que nos proporciona algunas pistas sobre el origen de nuestro vello púbico. Concretamente, lo hace la posición que en ella ocupa una especie muy particular de piojo del que todavía no hemos hablado, y que algunos desafortunados humanos acogen en su pelo más íntimo. Se trata de la ladilla (Pthirus pubis). Pues bien, resulta que esta especie no pertenece al grupo que evolucionó con chimpancés y humanos (Pediculus), como podríamos esperar si hubiera evolucionado en el pelo púbico de nuestro ancestro común. Sorprendentemente, pertenece al grupo de los piojos de los gorilas (Pthirus; un grupo que se especializa en pelo más grueso que el de los nuestro pelo). Lo que sugiere esto es que la ladilla del pelo púbico habría recolonizado nuestro cuerpo directamente desde los gorilas (mucho después de que gorilas y humanos tomamos caminos evolutivos distintos) aprovechando la presencia de una nueva clase de pelo, convenientemente grande, en nuestra especie.
En resumen, el árbol genealógico de los piojos sugiere que nuestro «exagerado» (si lo comparamos con cualquier otra especie de mono del planeta) y gordo pelo púbico apareció mucho después de convertirse en un mono desnudo, y por tanto muy probablemente para servir una función completamente distinta a la del resto de nuestro pelo corporal. ¿Qué? Me temo que aquí volvemos a pisar terreno altamente especulativo. Las características de nuestro vello púbico y el hecho de que este aparezca durante la pubertad han llevado a algunos antropólogos a sugerir que se trata de un ornamento sexual que podría estar relacionado con la transmisión de feromonas sexuales (sustancias químicas atractivas para el sexo opuesto). Esta posibilidad encaja bien con la presencia de glándulas apocrinas en la región del perineo (entre el ano y los genitales), que además crecen en tamaño y se activan durante la pubertad a la vez que crece el vello púbico.
Este tipo de glándulas de sudor están relacionadas con la secreción de feromonas sexuales en muchos mamíferos, donde con frecuencia van acompañadas de copos de pelos que sirven literalmente para atrapar las feromonas emitidas, favoreciendo así su detección por parte de otros individuos.
No obstante, ya pesar de estos paralelismos, (todavía) no existe evidencia firme que demuestre esta función en humanos, por lo que el vello púbico permanece de momento como un enigma más de nuestro cuerpo.
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