Corren tiempos difíciles, y además en todos los terrenos imaginables.
El dinero, la amistad, el amor, la salud... Creo que todos ellos están bastante conectados, y que, cada vez más, dependemos de un bienestar completo para ser felices.
Ya no sabemos valorar lo que sí tenemos, y apoyarnos en ello.
Nos obcecamos en lo malo, y nos lamentamos sin consuelo, olvidando lo útiles que resultan todos los apoyos a nuestro alcance cuando algo no está funcionando como nos gustaría.
Siempre queremos más. Y eso sólo puede llevarnos a la decepción constante.
El dinero ayuda, el amor ayuda, la amistad ayuda... pero no hay que hundirse cuando no se tiene... La felicidad sólo nos la damos y nos la quitamos nosotros mismos. Todo depende de nuestra percepción, y de saber manejar de la manera más natural posible las situaciones con las que nos enfrentemos en cada momento.
Deseamos el amor como un fin en sí mismo, y realmente no es más que un estado que debe darse de manera espontánea, cuando la casualidad, el destino, o lo que quiera que rija este tipo de cosas, te conecta con otra persona afín. Obligarte a ello con el primero que se cruza no es más que una necesidad siempre atada a la dependencia del otro, y abocada al fracaso.
Lo mismo ocurre con el dinero. Yo creo firmemente el famoso dicho “el dinero no da la felicidad”. Ni el dinero, ni la pareja, ni ninguna otra cosa, siempre que no sepamos valorarlo en su justa medida.
No soy pesimista, no voy “en contra de todo” en mis artículos... Pero intento usar la palabra, este espacio, para crear opiniones y para remover de la mejor forma que sé, esas conciencias que el pesimismo o el pasotismo mantiene impasibles.
Ya no existe el “instinto de supervivencia”. Claro que no somos animales salvajes, pero tampoco tenemos que dejarnos manejar de esta forma.
No somos, no debemos ser títeres. En algunos casos no hay más remedio; estamos en manos de una gran comunidad, formamos parte de esta red donde son otros los que tienen el poder. Pero sobre nuestra mente, sobre nuestros sentimientos, sobre nuestra capacidad de ser felices sólo mandamos nosotros. No todo va a ser de color de rosa; nunca lo es. Pero depende de nosotros gestionar eso.
Los que ya me habéis leído alguna vez no vais a esperar de mi una palmadita de ánimo, (si acaso una colleja) ni un mensaje optimista a lo “Bucay” (que me encanta por cierto, pero yo no soy tan sabio). Al contrario, prefiero ser jodidamente realista, porque no creo que exista un método que ayude fácilmente a alguien que no puede pagar a fin de mes, que se encuentra mal de salud o que cree haber perdido al amor de su vida.
Sólo puedo deciros que nos pueden robar nuestro bienestar, una putada pero los elementos externos tienen ese poder (porque nosotros se lo hemos dado, obviamente) pero siempre tenemos que sacar algo de tiempo para volver a lo básico, saber lo que somos, y no dejar que el sistema nos siga atontando, y convirtiendo en seres desgraciados y sin iniciativa.
Mi único consejo, sea cual sea el problema, es acercarse el máximo posible a nuestra esencia, a lo que realmente somos. Eliminar todo lo que en apariencia nos complementa, pero que ni mucho menos es parte de nuestro ser. Sólo son costumbres, vicios adquiridos.
Cuando las cosas se ponen tan feas que no encontramos ninguna salida, sólo hay que pensar en lo insignificante que es todo, lo pequeños que somos, y lo básicos... Y volver a ser como cuando éramos pequeños, aunque sea unos minutos al día.
Porque al final la felicidad no son más que pequeños instantes en los que nuestra mente no se centra en los problemas, sino que vuela libre, hasta demostrarnos que todo tiene solución.
En definitiva, no soporto, ni creo que sea “normal” tampoco, a los tontamente optimistas (algún golpe se dieron de pequeños que no les deja ver la realidad propia y ajena)... pero más urgente aun es dejar de lado ese eterno pesimismo que se respira desde que amanece.
Mi consejo es que seamos realistas. Ni más ni menos. Llamemos a las cosas por su nombre. Pasa de la adicción al drama que tanto abunda hoy en día, y disfruta “el viaje” lo máximo posible; que aunque llueva, siempre escampa... y si no, pues “cágate en la puta” y sigue adelante, que hay mucho por lo que esforzarse.
Fotografía de Miguel Rodríguez
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