Hace unos meses apareció en los noticiarios la terrible noticia de un varón que había asesinado a su hijo al descuidarlo dentro de un automóvil.
Es triste que estas noticias tengan como protagonistas a las criaturas más indefensas, a los niños. En este caso, se explicaba que el padre del niño de meses lo “había dejado olvidado en el automóvil cuando se fue a trabajar”. Siempre me he preguntado, cuando aparecen este tipo de sucesos, si esos hombres han realizado algún test de paternidad. No me refiero solo al hecho de que su ADN se vea reflejado en un 50% en el ADN de los niños, sino si alguna vez han sido conscientes de lo que supone hacerse cargo de la vida de un niño. No me valdría que el abogado defensor de este padre (por llamarlo de alguna manera) haga uso del tan manido estrés laboral que actualmente soporta la sociedad. Por muy agobiado que se esté por no llegar tarde al trabajo, existen prioridades y en el caso de los hijos, ellos son los que pasan a primer plano.
Claro, que si esto no es así, si la prioridad de ese hombre era mantener un puesto de trabajo a cualquier precio, tan solo me hace pensar que es un ser irresponsable. ¿Qué alegará pues, que llegaba a su trabajo para ganar dinero con el que mantener a su hijo? ¿Pero es que acaso era consciente de que tenía un hijo y que además lo llevaba dentro del coche? Más aún, ¿es que como conductor nunca miraba por el espejo retrovisor para atender al resto del tráfico? Me parece bastante inverosímil que este hombre no mirase por el retrovisor y quizás lo que vio fue que el bebé estaba dormido. Además, un bebé no aparece por arte de magia en el asiento trasero de un automóvil, ya que de momento no tiene la suficiente autonomía ni la capacidad e andar por sus propios medios. Así pues, algún adulto lo habrá trasladado hasta la sillita que ocupaba en el momento de su fallecimiento. Si supongo que el padre lo llevó hasta la sillita y lo colocó en ella y luego se dirigió por carretera al trabajo, ¿cómo es que se olvidó de que su hijo estaba allí? La explicación más simple es la de que no ha prestado nunca interés ni amor por su hijo. Si sigo con las suposiciones, y fue otro adulto, quizás la madre quien lo colocó en el automóvil para que el padre, y sigo suponiendo, lo llevase a una guardería ¿qué pasó que no hizo caso a lo que le hubiera dicho su mujer? ¿Es que nunca llevó al niño a la guardería, porque ese detalle se lo dejó a ella?
En muchas ocasiones, he asistido a reuniones en las que los adultos varones se desentendían del cuidado de sus retoños, dejando esta tarea a la mujer. Es más, algunos de estos varones luego se jactan de “echar una mano en las tareas del hogar”, pero no les pidas explicaciones de las tareas de sus hijos, o de sus gustos porque no tiene ni idea.
Como siempre, me lleva a pensar en la discriminación que las personas LGTB sufrimos en el momento de tener hijos. A todos nosotros nos hacen pasar un test de idoneidad: los amigos, los familiares, los vecinos, las escuelas, el trabajo,…, pero a cualquier heterosexual ya se le presupone con la capacidad reproductora y lo que es más grave, con la capacidad mental y psicológica de cuidar y educar a los descendientes que tengan.
Quizás el caso que hoy he tomado de modelo sea un extremo, pero hay demasiados casos de violencia y de abandono hacia los niños, que no por ser más habituales son menos dolorosos. Por ello, sigo pensando en que en el momento de pensar en tener un hijo, todas las personas, independientemente de su orientación sexual o de su nivel social, deberían de acudir a una serie de seminarios sobre la maternidad y paternidad responsables. Aunque es una utopía, deberían de ser de carácter gratuito, impartidos no solo en centros de salud, sino en centros sociales, en lugares de reunión habituales para padres e hijos. Es posible que con esta medida, se reduzcan de manera más que significativa los casos extremos como el que he relatado, y por otro lado se contribuiría a crear una sociedad más responsable. No hay que olvidar que los niños son el futuro.
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