Jabón de laurel, crema de garbanzos, perejil fresco, higos, aceitunas negras, sandia, calabaza asada y pimientos picantes. A las 10.30 de la mañana nos encontrábamos desayunando en un restaurante a la europea en el centro del barrio de Serdivan en Sakarya. El camarero me dijo que me marchase, ya que era un local respetable para familias y mi presencia no era bien recibida.
Al día siguiente me fui al café-restaurante situado enfrente del que fui despachado y le conté al dueño lo que me sucedió el día anterior, por lo que su respuesta fue: siempre serás bienvenido a mi café. Cada mañana, cada tarde y cada noche se sentaba a mi lado, amabilidad que tarde mucho tiempo en olvidar. Cuando lo ví por primera vez, estaba sentándose a mi lado, mi cuerpo sintió estremecimiento, miedo y deseo, amalgamándose todo ello por la cercanía de su camisa blanca, su pelo negro y su piel morena. Yo era casi la mitad de grande que él. Sentado a mi lado por la curiosidad que yo le generaba, irrumpió en el juego de la tabla ya iniciado por los que compartían mesa conmigo. Mientras la partida iba sucediéndose entre risas y sonidos de la madera pulimentada y lacada de las fichas y el tablero, me susurraba palabras en turco, kurdo o farsi, desconociendo a cuál de las tres lenguas pertenecían sus sonidos. Sus ojos negros y su sonrisa eterna me inhibían, paralizándome, hasta que la partida terminó.
Pasaron muchos años y regresé muy esporádicamente a visitarlo, hasta que un día decidí proponerle que se casase conmigo, su respuesta fue que solamente podría hacerlo en el infierno. ¿Como asimilar este tipo de situaciones?, muy fácil, tres cuartas partes de mi vida se han desarrollado bajo leyes emocionales antidemocráticas, de ahí, mis recursos a la hora de digerir la opresión, viniese de quien fuese. Hoy tengo cincuenta y siete años, y sigo desarrollando mi vida en lugares que no son muy favorables para mi crecimiento emocional. En fin, supongo que está es la aventura de toda mi vida: una aventura emocional con dificultad de arraigo por mi absoluto empeño de hacer mi vida y mi cuerpo partes fundamentales de una causa política y social: la libertad.
En aquellos días en Sakarya fui a ver a un amigo mío bailarín que vivía en Istanbul, con quien al cabo de los años también volvería a coincidir en esta ciudad. Lo encontré cambiadísimo, muy atractivo, a la vez que igual de amable que siempre. Su pareja, un chico francés, de la Bourgogne, me contaba que hacía dos años su hermano se casó con una chica marroquí y se convirtió al Islam. Sus padres recibieron esta noticia de una manera impactante. Sin embargo, no acabaron ahí los acontecimientos que aún les esperaban a estos padres franceses. El año pasado, el protagonista de esta pequeña historia le dijo a su padre que era homosexual mientras ambos miraban la televisión. Al día siguiente hizo lo mismo con su madre. Pero su madre, inmediatamente le preguntó si tenía pareja, el le contesto que si, añadiendo que su novio era un kurdo-turco musulmán -mi amigo el bailarín de Istanbul-.
En 2016 regrese a Turquía concretamente a Izmit, ciudad cercana a la de mi amigo de Sakarya. Le llame para que viniese a verme, y quedamos en una franquicia de comida japonesa. Nada más llegar, se sentó en la terraza con un amigo que le acompañaba y con cara muy escéptica me insinuó indirectamente que me acabase la sopa para irnos lo más rápido posible a otro sitio. Subimos a su fabuloso coche de marca europea y nos dirigimos a un restaurante enorme de comida turca. Mientras los camareros le agasajaban, el lo hacia conmigo, sin embargo, mi intolerancia al gluten ralentizó la vertiginosa aventura culinaria que me había preparado. Su flexibilidad y las ganas que tenía por hacerme sentir cómodo, comenzó a seleccionar previamente todos aquellos alimentos que podía tolerar sin peligro de ser contaminado, introduciéndomelos suave y pausadamente en mi boca, a la vez que nos rodeaba una gran muchedumbre que comía un abanico inimaginable de tipos de kebaps.
Antes de saber que era un afectado más de la tan expandida intolerancia cereal, mis trastornos digestivos se convertían para mi y para los que tenía a mi lado en verdaderas pesadillas de desesperación. Mi amigo árabe de La Marina del Levante, se encontraba conmigo cuando conocí al jefe del restaurante de Sakarya. Cada noche nos reuníamos allí, para conversar, tomar té, fumar en pipa, jugar a damas y a la tabla, a la vez que cenábamos con una música de fondo que fluctuaba de lo oriental a lo occidental, sucediéndose las canciones sin ningún orden.
Allí empezaron mis retortijones terribles en mi vientre, provocando interminables estados de emergencia, que conducían a todos los que se encontraban conmigo hacia un estado de preocupación bastante incomprensible para ellos, por lo que me hacia sentir más irritado conmigo mismo. Durante toda la estancia que comprendió este viaje, mi amigo árabe se erigía como el único capaz en soportar mi estado atormentado por todo aquello que me estaba sucediendo en mi cuerpo. Finalmente fui a tres médicos, de los cuales, aunque ninguno de ellos me diagnosticó nada en concreto, ocurrió algo excepcional entre mi amigo árabe, yo y especialmente con uno de los médicos.
Con la motocicleta de su hermano y de camino a un hospital por las calles de la antigua Antioquía, aparcamos y me pregunto exactamente cuáles eran los síntomas que hacían que todo lo que tenía que ver con el aparato digestivo, se presentaba completamente alterado reflejándose en un dolor terrible en mi ano. Traté de explicarme de la manera más esclarecedora posible para que mi amigo árabe tuviese toda la información, la cual no era gran cosa. Nos trasladaron a la consulta del médico y comenzó a dialogar con él, añadiendo por su cuenta o todo lo que yo le había dicho, que en mis relaciones sexuales utilizaba el ano, por si ese dato podía ayudar a esclarecer mi problemática. el médico y yo nos reímos por la firmeza naturalidad en la que introdujo ese dato.
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